Opinión

Rafael Leopoldo Aguilera

Cuaresma

ACUÉRDATE que eres polvo y al polvo volverás», tiempo de Cuaresma. El día trece de febrero, Miércoles de Ceniza, con la imposición de una cruz en la frente mediante el rito austero de la imposición de ceniza con las manos de un obispo, sacerdote o diácono, obtenida al quemar las palmas usadas en el Domingo de Ramos, se inicia la Cuaresma. Una estación espiritual camino de la pascua florida particularmente relevante para todo cristiano que quiera prepararse dignamente para vivir el Misterio Pascual, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús, ó como decimos los cofrades de esta ciudad mediterránea, el "Quinto Evangelio según Almería para que siga siendo más cofrade y nazarena por los siglos de los siglos". Sí los cristianos hubiéramos renunciado definitivamente al pecado, la Cuaresma, con todo, sería tiempo de austeridad y sobriedad corporal, para acompañar, junto a la caridad, el áspero ayuno de Jesús en desierto y los tormentos acerbísimos que por amor nuestro padeció en su Pasión. Desgraciadamente, la penitencia, el Sacramento de la reconciliación, nos es necesaria, además, para purificar nuestro corazón tantas veces encenagado en la inmoralidad. La Cuaresma es el tiempo aceptable; estos son los días de la salvación del alma, en que Dios quiere devolvernos su gracia para que, muriendo ahora espiritualmente con Cristo, resucitemos con Él en la solemnísima fiesta de Pascua del Domingo de Resurrección. "Vana sería nuestra fe, sí Cristo no hubiera resucitado" (I Corintios 15,14). La Cuaresma es también el tiempo indicado para retirarse unos días con el mayor recogimiento posible a Ejercicios espirituales, a fin de pensar seriamente en el negocio del alma, purificarla con una buena confesión general y ordenar la vida conforme al espíritu del Evangelio. La Liturgia de la Cuaresma que llega hasta el Domingo de Ramos, con los sones triunfantes entre palmas y olivos, es de las más antiguas y más ricas del Año Eclesiástico, al tender a preparar a los catecúmenos para el solemne bautismo de Pascua, y a los penitentes para su reconciliación el Jueves Santo. La conversión es un volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz indefectible de su verdad, el Evangelio. Una valoración con los sones de "Caridad del Guadalquivir" que implica una conciencia cada vez más diáfana del hecho de que estamos de paso sobre la tierra y que nos impulsa a trabajar con el peso de la "trabajadera" y el rostro oculto tras el "antifaz" hasta el final, a fin de que el Reino de Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe su Justicia como única Verdad.

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