Bajo palio

rafael / leopoldo Aguilera

Quitolis

EL lector de la primorosa novela del almeriense José Jesús García, "Quitolis", encontrará la vida de un cura almeriense, un cura de misa y olla, sin derecho al ascenso, sin la facultad de soñar en los amplios y tallados sillones del coro de la sede catedralicia. Al leer la publicación "Quitolis", contemplamos un cura tan sencillo, tan ingenuo, tan llano de condición como elevado de virtud y elocuencia, un San Francisco de Asís, también podría haber sido, de Borja, Javier,…pero no, solo existe un solo y único Francisco, en el Santo, el auténtico y verdadero Santo, todos los demás son de segunda división, incluso a quien venero todos los días San Josemaría.

Un curita almeriense, encerrado en el hogar almeriense, como tantos otros vecinos y vecinas de nuestros barrios, de dónde nacimos, al pie de la alcazaba, con la sombra de las murallas del Cerro de San Cristóbal, reducido a arrastrar una vida modesta y obscura en su propia tierra, que nunca ha trascendido, por no tener méritos literarios, artísticos o científicos, pero sí cura de almas, lleno de humildad franciscana. Ganarse el título de franciscano o franciscano es algo de tal envergadura personal, que solo al día de la fecha, Fray Leopoldo de Alpandeire y el italiano Padre Pío pueden ser autenticas y fieles referencias de la santidad franciscana. Todo lo demás eclipsaría la autenticidad de la Palabra, del Verbo encarnado en la humanidad divina.

Ese humilde cura, nacido y criado en Almería, no ha pasado no ha recibido ni un solo homenaje, como tantos otros, a los que he conocido, cuando realmente, toda su vida testimonial había traspasado las fronteras del solar almeriense, y no se sí cruzando también los olivares andaluzas, las llanuras manchegas, las tierras de Castilla, y los campos de Aragón, o sencillamente deslizando su gentil silueta sobre las ondas tranquilas del Mediterráneo. Se que muy pocos van a leer no solo este artículo, sino Quitolis, pero sí lo leéis y veréis que gran escritor vive oculto, sencillo en su casa provinciana, sin afanes ni orgullos y quizá también sin esperanza, aunque Su Santidad haya dicho que no estemos apesadumbrados para superar o sobrevivir etéreamente estas circunstancias materialmente, que se remontan al inicio de los tiempos. Si todos los hombres y mujeres de la tierra fueran como este ingenuo y adorable niño grande del relato curial, el mundo sería una delicia, en lugar de ser un tormento. Un buen cura almeriense me hizo despertar, de que es más universal la simpatía en un alma noble y generosa, digna de amor eterno y de recuerdo perdurable.

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