Escuadra de Mago

Nico García

Armstrong: un antes y un después

LANCE Armstrong era un ejemplo para el resto de deportistas. Alguien que había pasado por un cáncer ganaba hasta siete veces el Tour de Francia, una de las pruebas más duras del mundo. Había sospechas, por qué mentir, sobre la espectacular manera de escalar que tenía el estadounidense. Ni Beloki, ni Kloden, ni Ullrich podían con él. Schumacher, Ronaldo -el de siempre- y Armstrong han sido tres de las bestias imparables que he visto en el deporte. Pues eso, había sospechas, pero predominaba la buena fe.

Cuando salió a la luz que todo era una farsa, el deporte quedó muy tocado, más cuando el propio Armstrong reconoció que se había dopado. Después de este caso todo es diferente. Ya no sólo en el ciclismo, sino en el deporte en general. Aunque suene mal, ahora, cada vez que el que suscribe esto ve una gesta deportiva, el EPO, las jeringuillas y demás patrañas sobrevuelan. Es lo que ha conseguido el tramposo de Armstrong. A pesar de que el género humano suele pensar bien hasta que se demuestre lo contrario, el caso del estadounidense ha provocado un antes y un después.

Este verano no he visto más de diez minutos seguidos de la ronda gala por culpa del norteamericano mentiroso. Más cuando también se han producido acusaciones sobre Froome, el actual ganador (dice el gran refranero español que cuando el río suena, agua lleva). Cuando ves que todos los meses se superan récords en varias disciplinas deportivas a una celeridad brutal, la sombra del dopaje acecha más que nunca, superando al propio desarrollo del ser humano. Mucho tiene que cambiar este panorama para volver a pensar como se hacía antes de Armstrong. Para más inri, recientemente ha salido a la luz que los atletas Gay, Powell y Simpson también iban dopados hasta las cejas. Eso pinta negro. Muy negro.

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