Luz de cobre

Antonio Lao

Cuerpo de verano

A pesar de los malos augurios meteorológicos que avanzaban un periodo estival poco caluroso, tirando a fresquito, lo cierto es que tras la noche de San Juan, se instaló en la calle una especie de modorra o siesta colectiva en la que parece que todo puede esperar.

Las temperaturas veraniegas, aderezadas con los vientos de Poniente y Levante, propios de esta época tiende a posponer cualquier decisión importante al refresco otoñal. Ahora es tiempo de salidas vespertinas, de tertulias nocturnas hasta la madrugada, de mesas redondas inacabadas buscando alejar la calima nocturna instalada en las viviendas y de cócteles helados que traten de despejar el sesteo permanente que se instala en las neuronas. Soñábamos con el verano y, cuando llega, ya nos molesta todo. El sudor nada más ducharte, el caminar lento y pausado, la sombra que no hayas ni debajo de un álamo y los toldos en las calles, que al final dejan pasar el mismo sol que si no hubieras puesto nada. Te asomas a la calle, miras a un lado y a otro y te revuelves para tus adentros. Buscas una excusa para no salir de día y como un rebaño de ovejas, pintas la fórmula de sestear hasta la fresca, que dirían los ancianos, tratando de acumular ganas y fuerzas con las que el sol veraniego acaba al instante.

Con la que está cayendo todo pierde vigor y celeridad. Las reivindicaciones dan paso a la distancia y esta a un olvido momentáneo en beneficio del compadreo y la amistad, aunque sea fingida.

Somos más pusilánimes que nunca. Miramos, tratamos de recopilar datos, cerramos los ojos o nos perdemos en lontananza y, casi como el que no quiere la cosa, hasta somos capaces de cual administración cualquiera, pensar en volver mañana. En el horizonte se otean las vacaciones que parece no llegan y que luego, cuando las inicias, transcurren con la celeridad de la luz. Por mucho que hayas descansado, por viajes realizados, juergas nocturnas disfrutadas y siestas eternas vividas, la sensación final es que has tirado por la borda el mes.

Luego llega el síndrome postvacacional o depresión que te hunde en la miseria y que, tampoco vives con toda su intensidad, porque la vorágine del trabajo, el colegio de los niños y los propósitos de enmienda los devoran a tal velocidad que a poco que te descuides del verano, del calor, de la siesta, de las largas tardes estivales, de las cervezas en las terrazas y de las vacaciones, claro está, no queda nada. A lo sumo el mal rato que pasaste en una atracción de feria o una larga cola para comerte un helado de mala calidad en un chiringuito con olor a fritanga y aceite quemado.

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