La tribuna

Sergio Merino Salas

Los indalianos, en Almería

DESPUÉS de leer la Tribuna de Elodia Ortiz y la carta al director de Gines Valera, no queda más remedio que escribir apostando fuerte por su propósito. Yo, si fuera mudo, reventaba. Pero es que no es para menos. La necesidad de un museo indaliano es una realidad.

Siempre he pensado que se ha abusado de la "musealización" (o más bien "museización"), de la idea de convertir cualquier espacio en un centro de interpretación, como casas de nacimiento de artistas, fábricas antiguas, cuevas, granjas… Aunque cierto es que no hay mejor llamada al turismo que un lugar físico donde poder conocer toda esa parte teórica imprescindible para comprender lo que se está viendo o lo que se va a visitar.

En este caso, la idea que defendemos, ya que hay material suficiente, sería la de un museo como tal, de un "hogar de musas" en el sentido clásico de la palabra. Porque hay cultura y arte rebosando por todos los costados cuando hablamos de Miguel Rueda, Jesús de Perceval, Francisco Alcaraz, Miguel Cantón Checa, Luis Cañadas, Francisco Capulino "Capuleto" y Antonio López Díaz. Como bien se ha sugerido, una casa en el casco histórico almeriense, al pie de su majestuosa Alcazaba, es el lugar idóneo para albergar una parte fundamental de la cultura sin la cual no se puede entender a la gente que vivió la posguerra y que vive ahora en esta ciudad, en esta provincia y en este país.

Y es que la cultura almeriense ha rebasado sus fronteras desde hace décadas. Porque en 1948, los 7 citados, junto con otro almeriense (Federico Castellón Martínez) fueron protagonistas del sexto Salón de los Once, en el Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Madrid, hoy encuadrado en el Museo Reina Sofía, por una exposición conjunta. Allí fue donde Eugenio D'Ors, como bien cita Ortiz, escribió como bienvenida unos versos sobre el Indalo: "En torno a un fetiche, que no de una consigna, he aquí a una mocedad, viene de la Prehistoria y va a la Eternidad".

Porque esas palabras, aunque breves están llenas de sentido. El Indalo es algo que ha hecho historia, no solo Prehistoria, ya es algo que impregna la cultura almeriense. Toda España conoce el Indalo por los viajeros que llevan como insignia, orgullosos de su tierra. Siempre será algo novedoso, porque cada día habrá quien se interese por este Tótem, quien sienta curiosidad por buscar las pinturas rupestres del Neolítico de Almería. Y es que está en nuestras manos que este amuleto prehistórico siga proporcionando suerte, aunque no esté hecho de oro de Rodalquilar, en forma de turismo y cultura para y por los almerienses, por el resto de los días. Porque la Eternidad es mucho tiempo. 30 años después de la exposición en Madrid se hacía eco el diario ABC de un homenaje en una galería de Almería. Hace unos días el IAE recordaba con todo el honor que merece y con la presencia del único indaliano vivo a este grupo de artistas internacionales. Pero se necesita algo más. La Eternidad no es un conjunto de puntos, sino una línea constante. Un homenaje indefinido. Una presencia nunca discontinuada. Y qué mejor que en un museo en la capital de la provincia.

Y es que la experiencia personal siempre apoya una teoría, aunque no tenga edad de ir contando historietas. Algo similar pasó en mi pueblo natal con el arte íbero. Y es que Porcuna, en Jaén, es uno de los referentes. Sin embargo, son pocas las piezas que podemos encontrar allí. Es cierto el museo de Jaén alberga la mayor parte de ellas, que las tratan con todos los medios y cuidados necesarios, anteponiendo siempre el lugar de origen. No obstante, se hace suyo el emblema del "Guerrero Íbero", luchador que nació en Porcuna hace veinticinco siglos. Otra joya escultórica íbera está expuesta desde 1928 en el Museo Arqueológico Nacional, "El Oso de Porcuna", descubierto en 1926. Díganme lugar mejor que su sitio de origen para un museo de arte íbero.

Sé que por mucho que me empeñe, nadie escarmienta en cabeza ajena. Almería debe luchar por lo que es suyo, que no deje escapar ni un ápice de su cultura, aparte de porque se lo merece, porque pienso que cada ciudad o cada pueblo debe aprovecharse in situ de su cultura. Es una lástima que los habitantes de Vélez-Blanco tengan que viajar a Nueva York para ver el Patio de Honor de su Castillo, sin poder aprovecharse del turismo que lo visita a diario. Lo mismo ocurrió con el retablo de la Iglesia de Rioja, obra de Perceval, vendido a Estados Unidos y trasladado en piezas. Esperemos que este museo no llegue cuando sea demasiado tarde.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios