Abierto de noche

Francisco S. Collantes

Terciopelo salvaje

SE ha muerto como del rayo Lou Reed, a quien tanto escuchaba y estos días de muertos fantoches y carnavales, tan recientes y cansinos, son propicios para que se empiece a escuchar y recordar alguna canción más del tipo con cara de serpiente que esa de andar por el lado salvaje nananá, que a todos suena cuando la oyen. O podemos hacer lo de siempre, quedarnos con los arquetipos, sobrenombres, sambenitos y titulares periodísticos, o cómo buscar rápidamente adjetivos manidos que lo definan: poeta eléctrico, voz salvaje del rock, belleza venenosa, ángel del desasosiego, corazón de rock and roll, rock alternativo, genio del amor ¿?, padre del rock independiente y todas esas simplezas que se han leído por ahí. Y por qué no, apologista sin miramientos de las drogas en su época más provocativa y gráfica, cuando al parecer molaba escenificar en directo eso de meterse un pico (simulado), más new york que Sinatra y (gracias a dios) paseo breve por el glam hasta que llegaron los Kiss y acapararon las existencias de maquillaje. Yo añadiría: adicto a un buen gusto cambiante que le daba un corte de mangas al nananá y una vez metido en la harina comercial se hacía el seppuku discográfico con discos oscuros, deprimentes e irrepetibles como Berlín, de sombríos sonidos, sin hits tarareables que sirvieran para anuncio de nada o discos sofisticados, pulcros e intensos como The blue mask, que no estropean ninguna carrera, al contrario, no convierten a artista en un cualquiera incapaz de sentarse y cambiar el registro. Y también intelectual sin complejos en un mundo (el de la música rock) que no termina de salir del armario literario y/o poético, y él, con más filias que fobias a la literatura y a la poesía, menos vicioso de lo que se esperaba y más envejecer mejor dejando las leyendas para otros más noticiables. Y no se trataba tan sólo de citar a Edgar Allan Poe y sus delirios siniestros, sino además no renegar de su paso por la universidad y dejarse influenciar sin problemas por profesores como el poeta Delmore Schwartz. Nada que ver con un Jim Morrison amante de los excesos que, según los propios comentarios de Reed, no duró ni dos días en el universo Factory-Warhol. Con su cara llena de arrugas y tranquilo con su tai chi el Katrina no pudo con él pero el hígado de otro no se encontró agusto entre órganos selectos que habían vivido la gloria. Con lo que han sido estas venas.

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