Escuadra de mago

Nico García

La ilusión del deporte

EL pasado domingo escribía Paco Gregorio un artículo de opinión sobre Santiago, un pequeño que no pudo conciliar el sueño la noche previa al encuentro entre la UDA y el Madrid (lamentable lo sucedido en zona mixta, y no sólo por el episodio de las camisetas), debido a la ilusión por ver a sus ídolos. La ilusión de un niño es una de las fuerzas más potentes que existen, capaz de cuestionar si los Reyes Magos no están en Colonia o de afirmar que el Ratón Pérez es capaz de viajar a una velocidad superior a la de la luz. El sábado lo pasé junto a mi primo Álex, de siete años, que disfruta del fútbol en el Poli Aguadulce. El ritual del pequeño ilusiona tanto al protagonista como a los que lo rodean. Se levanta temprano, se calza las espinilleras, medias, pantalones, camiseta y botas.

Después de vestirse, toca el viaje desde la capital a Dalías (mi reconocimiento a todos los familiares que gastan, aprovechan, horas de su vida por los pequeños). Entonces, se produce uno de los momentos más bonitos de la mañana: el reencuentro con los amigos del equipo. Da igual que el coche vaya en marcha, que toca bajarse y saludar a los colegas, prueba que uno de los beneficios del deporte: los amigos que se hacen. Después comienza el partido. No importa que los contrarios te saquen dos años, que seas penúltimo en la tabla o que vayas 5-0, el objetivo sigue siendo disfrutar, animar a tu compañero e intentar anotar algún gol que te haya el rey del patio del colegio durante la semana. Eso sí, como buen futbolista, da igual que tengas 30 o siete años, que una derrota te deja hundido durante el trayecto a casa. Y si a esa ilusión y disfrute del deporte, le añades que con siete primaveras corres una carrera en menos de cinco minutos el kilómetro, pues la alegría es completa. Me quito el sombrero, Dani.

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