PESE a que ocurrió a cientos de kilómetros de Madrid, donde resido, el ascenso de la UD Las Palmas me pilló bastante más cerca que si lo hubiese hecho el Zaragoza, geográficamente más próximo a la capital. El motivo, compartir residencia con un canario aficionado de toda la vida al conjunto amarillo. He de reconocer que me dio envidia comprobar lo que vivió el domingo toda la gente de esa isla. Incluso, me dio que pensar. Los dos años que el Almería ha estado en Primera han sido un suplicio. Un martirio para cualquier hincha. Tan solo momentos puntuales como el gran sprint final de hace dos temporadas han salvado una etapa agónica que finalizó con lo que era un secreto a voces desde que hace dos veranos vimos a Óscar Díaz, Dubarbier o Barbosa aterrizar en nuestra ciudad. Parecía claro que, con esa política de fichajes, tarde o temprano caeríamos de nuevo al hoyo. Así ha sido. Precisamente ayer se cumplieron dos años desde el ascenso ante el Girona. El Almería, en su cuenta de Twitter, colgó una foto rememorando ese gran momento en una Plaza de las Velas abarrotada. Una imagen cargada de nostalgia y que solo trae buenos recuerdos. Una instantánea lograda tras dos temporadas en Segunda. El club tiene la oportunidad de usar este descenso que tan mal parece que ha hecho para volver a ganarse la confianza de una masa social desencantada con la directiva y con muchos de los jugadores que ésta ha traído. La primera piedra, la de mantener a un entrenador con carácter y ambición, ya está puesta. La segunda, la de establecer unos precios baratos para los abonados e intentar atraer al máximo número de almerienses posibles, también. Ahora solo queda hacer un equipo competitivo. No voy a obviar que la Segunda es complicada. Tampoco que me encantaría estar hablando de un nuevo proyecto de salvación en Primera. Sin embargo, en el fútbol no hay alegría mayor que la de lograr un ascenso. Ojalá más pronto que tarde podamos vivir lo que este fin de semana vivieron en Las Palmas.