Paso a paso

Rafael Leopoldo Aguilera

El mito de la caverna

EL no ser no es, y sobre esto podríamos estar todos de acuerdo; el problema, sin embargo, es que se ve. Necesitamos cada vez más certezas, y cuando éstas no existen, nos aparece alguien que se las inventa por el bien común. Y sin dudar de la buena fe de unos, ya que otros solo es su interés, sacan a la luz continuamente verdades con que aliviar las angustias de la sociedad.

Un escáner sobre la realidad y la apariencia, o entre lo uno, lo puro y lo inmutable y lo múltiple, lo impuro y lo mudable, debería de producirse dos frentes bien diferenciados. Unos, los estoicos, óptimos trabajadores, que están empeñados en cumplir su misión como gran proyecto que dé sentido a su vida, es un deber, cueste lo que cueste, lo importante es sufrir en nombre de algo que tenga un significado moral. Creen en el Gran Amor único, eterno e indisoluble, su lema es "O Todo o Nada". Dentro de estos los cristianos, los verdaderos, que tienen por objeto el Paraíso terrenal o celestial, y lo quieren ganar a través de mortificación, "hemos nacido para sufrir" y "los últimos serán los primeros". También los marxistas, cuya meta de su vida es obtener la Justicia para Todos, sin excluir a nadie. Quitar el Hambre de todo el Mundo.

Y por otro, los epicúreos, que son más serenos, más en paz con el mundo, con una ligera sonrisa, quienes conscientes de la precariedad de la vida, se fijan en pequeñas metas que puedan conseguirse de forma mediata. El epicúreo no quiere ser rico, sino que le suban el sueldo cuando lo necesite. No da su voto a quien le promete Justicia, Libertad y Felicidad, sino a quienes que le pueden garantizar una mejora gradual de la vida, a través de una política hecha de pequeños pasos, sin estridencias. No tienen más ambición que vivir con el lema de paz y bien.

En estos momentos, de continuas tribulaciones de toda índole, en vez de ver nuestro signo zodiacal en este diario, nos informamos quienes son más estoicos o están en el tramo del epicureísmo para coadyuvar sus loables pretensiones, no siempre plausibles. En todo caso, siempre estarán, por un lado, los escépticos, quienes ya no creen en nada, y los neoplatónicos, separando cada día y noche, lo sensible de la unión con lo divino, hasta llegar a la culminación del éxtasis, una especie de orgasmo espiritual en el que el adepto se aniquila como individuo para confundirse con el Todo.

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