República de las Letras

Agustín Belmonte

Recordando a celia

EN mi balcón, este pequeño pulmón abierto al sencillo y cotidiano bullicio de la calle que me da a veces aliento en el ímprobo pero necesario esfuerzo que es la escritura, leo de Celia, leo sobre Celia. ¡Qué no hubiera dado yo por conocerla! Le imagino gestos, modos, talante. Voz, su voz, dicen, enronquecida. Sus esquemas sinópticos de literatura en la pizarra. Su armónica, al sol del terrado de aquella pensión -La Rosa- de la Calle de las Posadas -hoy, Marco- desde donde se veía el mar porque Almería era horizontal, clara, blanca, silenciosa y parada. Celia en bicicleta Paseo abajo. Celia rodeada de alumnos y alumnas en la Plaza Virgen del Mar. Celia, solo Celia, en su lápida del Cementerio de San José, como ella quiso. El libro es "Una tarde con Celia", editado por el Instituto de Estudios Almerienses en Mayo pasado conmemorando el centenario del nacimiento de la profesora. Coordinado por nuestra amiga la escritora Pilar Quirosa, reúne textos de personalidades almerienses que fueron alumnos o amigos de Celia. Van precedidos de un Proemio del entonces director del IEA, Rafael Leopoldo Aguilera; una Introducción de Francisco Galera, autoridad indiscutible en el estudio de la poeta, y un Réquiem que en su momento escribió el gran amigo de Celia, Miguel del Águila. A destacar la portada, con aportación técnica del artista y escritor Javier Irigaray. Yo llegué a tomar contacto con la obra de Celia de la mano de mi esposa, que fue alumna de Mariluz López Fenoy -a su vez, antigua alumna de aquella- en la escuelita que funcionó efímeramente junto a la Ermita de San Antón. La muchacha moderna y desenvuelta que en 1948 recitó con alma y corazón, junto a Antonio López Cuadra, un poema ante Gerardo Diego -lástima no disponer de la foto que se hizo en la ocasión-, dejó huella profunda, con su pedagogía viva y cercana, en aquellas niñas pobres de la Plaza Pavía y el "Reduto". Desde ahí, siempre me he esforzado por vislumbrar la impronta de Celia en sus alumnos y alumnas, en sus trayectorias vitales y sus obras. Es decir, el devenir de todo aquel esfuerzo, todo aquel entusiasmo de Celia en el tiempo. Es lo que este libro interesante y ameno me ha evocado, a comienzos de este indeciso otoño, en mi íntimo balcón. Enhorabuena a cuantos han -hemos- colaborado en esta obra. Y mi envidia sana y admirada a todos los que tuvieron la suerte de tener una profesora como Celia.

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