El callejón del gato

Celso Ortiz

Prohibido torear

SE veía venir. A las corridas de toros se las han cepillado en Cataluña por ley. Por fortuna, aún quedan plazas de toros en España y a los catalanes que acudían a la Monumental de Barcelona no les faltarán ofertas de viajes, con entrada de tendido incluida, y una escapadita también tiene su aliciente. Así que bajo el punto de vista social o cultural, la situación de la tauromaquia en España no ha cambiado tanto.

Lo que yo no trago del Parlamento catalán es que pretenda vender una ley restrictiva del derecho a la libertad de los ciudadanos, por una ley protectora de los derechos del toro. No trago, digo, por la sencilla razón de que, fuera aparte del caballo de Calígula, a quien los romanos habían de rendirle pleitesía por decreto allá por el año 37 de nuestra era, hoy día los animales no pueden ser titulares de derechos.

Tanto es así que si cundiera el ejemplo de Cataluña, decayera la fiesta hasta el punto de que no fuera rentable el negocio del toreo, y un ganadero generoso pretendiera escriturar su dehesa a nombre de los toros que pacen en ella, se encontraría con el inconveniente de que no sería posible realizar tal operación, porque se da la circunstancia de que los toros no tienen personalidad jurídica para recibir una donación y, muchísimo menos, capacidad de obrar para estampar su firma al pie de la escritura.

De manera que para mantener al preciado animal en el espacio natural del que ahora goza, alguien tendría que hacerse cargo de procurarle sustento y de limpiar de maleza los maravillosos campos que habita, para que no se convirtieran en bosques inhóspitos. Y, para qué nos vamos a engañar, por muy grande que sea el amor que sienta por los animales, no veo a Carod Rovira abandonando el despacho de la Generalitat, para dedicarse al cuidado de una manada de reses bravas. Deduzco por ello que suprimir de un tajo una actividad con vínculos culturales, agrícolas, industriales, artesanales, laborales y ecológicos, crearía grandes problemas, incluso para los toros.

En cuanto al tufo identitario (qué palabreja) del asunto, que no me vengan con rollos los nacionalistas, siempre tan proclives a marcar distancias con el grupo, porque en esta ocasión los antitaurinos le han puesto un caramelo en bandeja.

En fin, cualquiera puede pensar que soy aficionado a las corridas y la verdad es que hace más de quince años que no piso una plaza de toros ya que, francamente, el espectáculo no me apasiona. Pero las leyes son para regular relaciones con nuestros semejantes, y una fiesta celebrada en un coso privado, a donde va quien quiere, no interfiere en la vida de aquellos que prefieran quedarse durmiendo la siesta.

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