Graderío

Ramón Gómez- / Vivancos García

La ley de la selva

SE supone que las normas de nueva creación se implantan en aras de la igualdad y la justicia, sin que debamos obviar la sana competencia y la meritocracia. Si además se consigue armonizar la valía personal, que eleva a la cúspide a los mejores (últimamente ocurre lo contrario), y el derecho de los débiles a no ser aplastados, la ley resultante rozará la perfección. Sin embargo, la nueva norma aplicable en el mercado de invierno futbolístico atropella el sentido común, navegando entre la provocación y el esperpento. Ojo al dato, como diría José María García: desapareció el límite de cinco partidos para poder cambiar de equipo en estas fechas. ¡Vaya regalo de Navidad para los conjuntos más modestos! Un ejemplo hipotético: si alguien del Real Madrid se encariñara de Piatti días antes de la próxima visita de los merengues, tendríamos que frotarnos los ojos en el Mediterráneo para ver cómo el argentino, de blanco, intenta taladrar la meta de Alves. Lo mismo sucedería si Casillas cayera lesionado y el elegido fuera nuestro guardameta. Sabemos que esto no nos ocurrirá (no pondría la mano en el fuego porque el vil metal destrozaría el deseo de Alfonso García), si bien algún movimiento extraño podríamos presenciar en otros equipos, ya que la ley de la selva, la del más fuerte, ha llegado para perpetuarse. ¿Quiénes son los que han luchado por la implantación del disparate? La AFE, de la mano de su presidente Luis Rubiales, ex jugador del Levante. Según el mandatario, a los jugadores se les impedía la libre elección del puesto de trabajo. Puede tener parte de razón pero, como expongo al principio, la norma siempre debe buscar el equilibrio, que en esta ocasión se ha desnivelado con descaro a favor del poderoso.

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