Apesar de la dichosa crisis, las alarmas nucleares o las guerras al otro lado del mundo, cada día sigo de manera inevitable, una larga serie de rutinas que se repiten como en el Día de la Marmota. Disfruto de una buena ducha que me devuelva a la vida, saboreo el primer café de la mañana, observo a los viajeros del metro, me llevo algún empujón sin disculpas, enciendo y apago varias veces el ordenador de la oficina, suspiro, imagino algunas posibles letras o una melodía para una nueva canción, hablo con mis padres y mi vieja tendinitis del hombro me recuerda que existe y que sigue ahí desde la Universidad. Y aunque regreso a casa solo y cansado, pensando en si todas estas costumbres tienen sentido, antes de coger el sueño te dedico mis últimos y más dulces pensamientos, recupero fuerzas para volver a luchar por ti al día siguiente, y al otro, hasta el infinito y más allá, hija mía.

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