obituario

Benjamín H. Montanari /

Antonio Ortiz Gacto

ANTONIO Ortiz Gacto, uno de mis maestros de la vida, se ha ido. Me siento huérfano y dolido con el destino. "Puñetas" diría él y "no hay derecho" le replico yo. Antonio, esa enfermedad rápida y cruel te ha birlado unos cuantos años para rematar la faena que tenías en mente. Y a nosotros la suerte de haber continuado admirándote por tus reflexiones sabias, por tu vitalidad, por tu imaginación, por tu generosidad sin límites, por el amor a los tuyos. Tu genialidad no todos la entendían. El fondo de tu creatividad era un ejemplo de libertad. Y todas tus obras gozan de un halo de diversión. Y esto, a veces, es difícil de comprender porque todo era además muy serio. Adelantado de los tiempos, visionario de la estética, inconformista siempre pese al éxito. Hombre único en el que nada era banal. Muy al contrario todo era arte. En su labor de arquitecto no hacía simples edificios de casas sino hogares porque su sensibilidad humanista le obligaba a ello. De su obra pública auténticos templos para la admiración y el orgullo capaz de la más bella de las iglesias conocidas, como la que regaló en proyecto al pueblo de Aguadulce, o la discoteca más atractiva por sus formas redondeadas hoy desaparecida. De la oración al pecado como la vida misma. De su pasión por la pintura su color explosivo, su ironía con lo social, auténticos tratados sicológicos de quien tuvo la suerte de ser motivo de sus pinceles. Con iconografía y formas propias. Iba de las beatas de culto semanasantero a las putas de esquina barriobajera, del cacique de abolengo al tiillo marginal y lameculos, del folclore a la miseria, del yo al de todos. Y escribía hablando como buen cordobés que era. Y reías a bocajarro acompañando con ese cuerpo grande que tenías adornando con gestos suaves tus explicaciones. Tus ojos azules como el Mediterráneo brillaban casi queriendo lanzar todas las ideas que brotaban sin interrupción en tu mente. Ojos de artista que todo lo analizaban para captar el más mínimo detalle queriendo tocar aquel algo que está más allá de los comunes. Pero su gran pasión era su familia. Sus hijos eran su sosiego; Antonio la continuidad de su profesión, Patricia el reflejo de su sensibilidad artística de la que decía que empezó a entender la pintura cuando ella se decidió por la Bellas Artes y Jaime como el cobijo sentimental de su Kika. Y Kika, dúo inseparable pese a las dificultades que les dio la vida, ha sido señal indispensable para entenderla como él la entendía. Y sus nietas, tres hasta ahora, pura ilusión pese a la distancia geográfica que les separaba. Que impotencia Antonio. Perdemos a un referente que daba sentido a la vida. Nos entendíamos con la mirada aunque jamás supe agradecerte lo suficiente el tiempo generoso que me dedicaste en momentos de duda existencial.

Adiós Antonio. Con tu legado y recuerdo nos quedamos. Eso sí, más huérfanos y velando por los tuyos. Adiós Antonio.

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