Festividad

El centenario del concurso municipal de cruces

Una de las imágenes recogidas por Montijano Ruiz en su libro  'La cruz de mayo',

Una de las imágenes recogidas por Montijano Ruiz en su libro 'La cruz de mayo', / R. G. (Granada)

Aquel sábado 3 de mayo de 1924, Granada se levantó con los recién inaugurados albores de una primavera renovada habida cuenta del empuje que desde 1908, el Centro Artístico llevaba haciendo en todos los ámbitos de la cultura, extendiendo su campo de actuación para intentar mantener, recuperar y promover la esencia pura y tradicional de una ciudad que, en aquellos instantes, era un hervidero de revitalización costumbrista. Y no era para menos, pues, tras la decadencia que desde 1898 se había producido en el Día de la Cruz, la incombustible institución cultural granadina, se planteó, como uno de sus primordiales síntomas, darle el empuje necesario a fiestas tan arraigadas en el sentir de la ciudad como la festividad del 3 de mayo, pues será durante estos años veinte donde cobre un empuje excepcional hasta llegados los años de la Segunda República en que volverá a languidecer y quasi desaparecer.

Pero en aquel 1924, las cruces de mayo recuperaron un protagonismo indudable, no sólo por el ímpetu que a la fiesta otorgó el Centro Artístico sino porque otras entidades, como el Ayuntamiento de Granada, secundarían el empuje instituyendo por vez primera un concurso municipal para pre­miar a los mejores altares y cruces, además de poner en marcha posteriormente otras actividades para complementar la cele­bración, entre ellas, por ejemplo, un festival de cantes de la tierra llevado a cabo inicialmente en la Plaza de San Nicolás.

Estampa de un grupo ataviado con los trajes típicos delante de una Cruz de Mayo. Estampa de un grupo ataviado con los trajes típicos delante de una Cruz de Mayo.

Estampa de un grupo ataviado con los trajes típicos delante de una Cruz de Mayo. / R. G. (Granada)

La fiesta de la cruz dio a la ciudad en aquel año una extraordinaria animación. Fiesta típica y bella que tuvo la virtud de llenar las calles granadinas de lindas mujeres castiza­mente ataviadas como mandaba la tradición, pues mesas petitorias solicitando el mítico "chavico" a cambio de un clavel, fueron parte del ambiente paisajístico con el que los granadinos del momento pudieron deleitarse. Era la denominada y vistosa "Fiesta de la flor" que circundaba los barrios y calles centrales de una Granada cada vez más en expansión. Un año más, la invocación del óbolo para la Santa Cruz conminó a los transeúntes a llenar de perras, pesetas y duros las bandejas de las juncales postulantas que les presentaban salerosas mocitas de los barrios, destacadas de los lujosos altares que se alzaban en calles, domicilios, bal­cones y plazas, pues ellas se conferían como auténticos "altares ambulantes" que veneraban los desprendidos caballeros.

El Centro Artístico, como de costumbre, instaló una primo­rosa y hermosa cruz en el amplio patio del Ayuntamiento. Fue un verdadero punto de atracción, gracias al buen gusto de los organizadores. Ofrecía el recinto un vistoso aspecto. En el cen­tro, sobre la fuente central que coronaba el recinto, levantábase un primoroso templete árabe cuajado de flores. La cruz que, como manda la tradición ha de ser claveles, habida cuenta de que estos surgieron, según la leyenda, de las lágrimas derramadas por la Madre del Redentor una vez éste fue sostenido en brazos de aquélla al ser descendido de la cruz tras su muerte. Aquellas perladas gotas de María que cayeron sobre la árida tierra del Gólgota, hicieron que brotase una linda flor del color de la sangre derramada por su hijo.

La iluminación, espléndida, formando un atrayente conjunto, completando el mismo, multitud de tapices, objetos de cobre y artesanía local y plantas acreditando, además, el buen nombre de la sociedad.

Varias mujeres y niños ante otra cruz de época. Varias mujeres y niños ante otra cruz de época.

Varias mujeres y niños ante otra cruz de época. / R. G. (Granada)

Durante toda la tarde, y a los acordes de la Banda Municipal, que ejecutó un hermoso concierto, el desfile de público fue interminable. Por la noche, la fiesta organizada por el Centro Artístico resultó también brillantísima. Una concurrencia muy selecta llenó el hermoso local municipal formando un cuadro vistosísimo y deslumbrador. El encanto mayor fue, naturalmen­te, la presencia de numerosas granadinas ataviadas tradicional­mente y haciendo alarde de su inherente gracia y belleza. La gente joven rindió culto al baile, que, animadísimo, duró hasta las últimas horas de la noche.

Por su parte, en los barrios de la capital, también se feste­jó la celebración del día con enorme entusiasmo. En la calle del Moral Alta, por ejemplo, se había erigido un altar muy vis­toso y artístico. Entre la multitud de imágenes que formaban el conjunto de aquél, pudo admirarse una que representaba la aparición de la Virgen a Santiago. Las paredes de la calle del Moral estaban adornadas con mantones de Manila, ricas colchas y vistosas colgaduras. En el patio de la casa sita en la calle de Santiago número quince, también se colocó otra hermosa cruz de vistosas colgaduras. En el dieciocho de esa misma calle, otro altar efímero que llamó mucho la atención. Numerosas imá­genes y atrayentes cuadros religiosos podían observarse ubicados artísti­camente en la amplia habitación donde estaba colocado el altar. Otra, se instaló en el Círculo Comercial, convirtiendo uno de sus salones en un castizo patio albaicinero iluminado artísticamente. La instalada en el patio de la casa número 10 de la Calderería, por ejemplo, poseía una "iluminación a la veneciana", mientras que por todos los rincones del Realejo o el Albaicín, pudieron contemplarse profusión de notables altares rivalizando todos ellos a cual más majestuoso para ensalzar el símbolo del cristianismo.

El concurso

Pero la gran atracción del día fue cuando, por primera vez, la Comisión de Fiestas del Ayuntamiento junto con el Centro Artístico, estableció un premio que sirviera de estímulo para la instalación de distintos altares con el loable objetivo de dar realce y revitalizar una fiesta tan granadina como el Día de la Cruz.

Así, sus integrantes re­corrieron en la tarde del día tres las cruces instaladas en los barrios de la capital, haciéndose la siguiente adjudicación de premios: primero, del Ayuntamiento, a la Sociedad Albaicín; dos segundos premios: uno del Centro Artístico, a la cruz de la calle Sola­res (costeada por los propios vecinos y establecimientos de la zona) y otro, también del Ayuntamiento, a la instalada en Plaza de Gracia con una cruz gótica en cuyo pie se construyó un monte Calva­rio de claveles. No sería hasta veinte años más tarde cuando surgiera, por vez primera, la adjudicación de premios por parte del Ayuntamiento a las instaladas en casas y patios particulares y otros veinte años más tarde cuando don Antonio Gallego Morell, revitalizase la fiesta de las cruces de mayo tras haberse visto sumida la ciudad alhambreña entre 1957 y 1963 en oscuros años donde no hubo cruces a causa de una fuerte crisis económica que la azotó.

Portada del libro de Juan José Montijano Ruiz. Portada del libro de Juan José Montijano Ruiz.

Portada del libro de Juan José Montijano Ruiz. / R. G. (Granada)

Pero aquellos eran otros tiempos. Ahora, en estos, si no hacemos algo por remediarlo, nuestro Día de la Cruz volverá a hibernar como ya lo hiciese de manera alternativa en el siglo XIX, como llegó a desaparecer casi por completo en el XVIII o como sucedió en los procelosos años de la Segunda República o entre los años anteriormente enunciados. Fíjense, en el dato: tan sólo en 1939, hubo 150 cruces por toda la ciudad; pero es que en el histórico 1992, llegamos a tener dos centenas de las mismas (casi cien se presentaron entonces al concurso municipal). Frente a ello, en este 2024, tan sólo 7 cruces en la calle. El resto en recintos cerrados. Así no se revitaliza la tradición. Así se consigue que se muera.

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