Almería

Mujeres de cine (II). Ava Gardner, el animal indomable

La actriz, Ava Gardner, se convirtió en el sueño erótico de millones de personas.

La actriz, Ava Gardner, se convirtió en el sueño erótico de millones de personas. / D.A.

Contra una vida arrastrando una deslumbrante belleza, que realmente fue un castigo para ella, así como sus vicios, esta leyenda indomable se empeñó en ser dueña de su vida en que solo un hombre podía coleccionar amantes y derrotar a otro hombre bebiendo.

Ava Gardner llegó al difícil mundo del celuloide de forma casual: su retrato, con solo 18 años, de su cuñado fotógrafo expuesto cara al público en el escaparate de su estudio, interesó a alguien que debía ser un cazatalentos de la Metro Goldwyn-Mayer, éste no era otro que Mickey Rooney –una de las estrellas de la productora- que vio en ella una belleza deslumbrante. Se prendó de aquella jovencita con cara de mujer, con la que después casaría, aunque su vida fue un desastre. También se desposó con el clarinetista Arthie Show con el que se separa al año, un hombre demasiado pretencioso para conformarse con una bellísima joven muy justa culturalmente. Ese menosprecio llevó a que la Gardner se refugiase en la botella. Finalmente, la abandonó. Y, por fin, en 1951, su tercer marido, Frank Sinatra, del que abortó dos veces para disgusto de John Ford, que le recomendó no interrumpir el embarazo durante el rodaje de “Mogambo”.

Foto de la actriz al más puro estilo pin-up en la década de los 40 Foto de la actriz al más puro estilo pin-up en la década de los 40

Foto de la actriz al más puro estilo pin-up en la década de los 40 / D.A.

Ava Lavinia Gardner, una primitiva chica de campo, nacida la Nochebuena, de 1922, en Carolina del Norte en el seno de una familia humilde, no vino a este mundo para pasar desapercibida. Ahí hubiera transcurrido su vida de no ser por su extraordinario atractivo. Empezó desde abajo con papeles sin diálogo, pero con su impresionante belleza, con solo unos segundos en pantalla, no le hizo más falta para triunfar.

Fue sin embargo la película “Pandora y el holandés errante” (1951) la que cambió para siempre su rumbo. Por primera vez la llevó este rodaje fuera de los Estados Unidos y ya nada fue igual. Fue a España y la localización estaba en Tossa del Mar, donde conoció al torero y actor Mario Cabré y un país que la enamoró, sintiéndolo más suyo que el que la vio nacer. Entró por la Costa Brava, pero fue en Madrid donde encontró, en plena dictadura, la libertad que se le resistió al otro lado del charco, acosada por la prensa, por hombres despiadados y bajo la estricta tiranía de los estudios, que explotaron su carisma y magnetismo. En la capital vivió en hoteles de lujo, pero no dudó de comprarse un lujoso chalet. Después vivió en la calle Doctor Arce más de diez años teniendo de vecino al dictador argentino Juan D. Perón, donde ya era un personaje de la noche y en un mito sexual en aquella España del nacionalcatolicismo en la que las mujeres salían a la calle con un pañuelo que les cubría la cabeza. “Representaba todo lo que ellos censuraban: una mujer que vivía sola, que estaba divorciada, que no era católica y, además, era actriz”, en sus propias palabras.

De intensa mirada, la actriz, se convirtió en una de las grandes de Hollywood De intensa mirada, la actriz, se convirtió en una de las grandes de Hollywood

De intensa mirada, la actriz, se convirtió en una de las grandes de Hollywood / D.A.

Su prolífica carrera en la gran pantalla, algo más de una docena de películas de éxito, sirvieron para acrecentar su leyenda. Sus exuberantes papeles, en “Forajidos” (1946), con Burt Lancaster. “Venus era mujer” (1948). Siguieron “Las nieves del Kilimanjaro” (1952) su segunda obra de Hemingway, con Gregory Peck y Susan Hayward. En “Mogambo” (1953), en cartel con Grace Kelly y Clark Gable, quien durante el rodaje, la perseguía a todas horas pero ella prefirió volver a ser infiel a Sinatra con el asesor de caza mayor, Bunny Allen. “La condesa descalza” (1954) con Humphrey Bogart y Edmond O´Brien, uno de los papeles estelares de su filmografía. Es inolvidable su papel en “55 días en Pekín” (1963), rodada en Segovia, arropada por Charlton Heston y David Niven. Al año siguiente, rodó “La noche de la iguana” (1964) dirigida por John Huston, con el que consiguió la Concha de Plata a la mejor actriz, del Festival de San Sebastián, basada en la obra de Tennessee Williams, junto a Richard Burton y Deborah Kerr.

Los años 70 fueron la década del declive de esta leyenda indomable. Aún daría buena cuenta de su talento en “Terremoto” (1974) y “El pájaro azul” (1976), pero ya metidos en la década de los 80 solo la veremos en telefilmes. Su último trabajo, arropada por Omar Shariff, “Los Dardanelos” (1985) para la cadena ABC, dio fin a la carrera de un espíritu libre y una diosa de la noche.

Sus últimos años los vivió retirada en Inglaterra con la única compañía de su perro y de su asistenta, Carmen Vargas. Víctima de una apoplejía, y sabedor de su mal estado, Sinatra –exmarido pero buen amigo- le buscó un especialista en los EEUU, reservándole un vuelo, sin embargo era ya muy tarde y, su vida se fue deteriorando poco a poco hasta fallecer en 1990, cuando solo tenía 67 años, en Londres. Está sepultada en Smithfield, en el Sunset Memorial Park, en Carolina del Norte. Fue, es y será la actriz más madrileña de Hollywood.

Ava Gadner, en una de sus salidas nocturnas en la noche madrileña, sentada junto a 'La Faraona' Ava Gadner, en una de sus salidas nocturnas en la noche madrileña, sentada junto a 'La Faraona'

Ava Gadner, en una de sus salidas nocturnas en la noche madrileña, sentada junto a 'La Faraona' / D.A.

Sus juergas y amoríos en nuestro país

Gardner, derrochando glamour en una celebración Gardner, derrochando glamour en una celebración

Gardner, derrochando glamour en una celebración / D.A.

Una estatua la recuerda en Tossa de Mar, donde tuvo noches de amor con el torero Mario Cabré, quien publicó “Diario poético a Ava Gardner”, llegando a oídos de Frank Sinatra. Éste se presentó en el hotel La Gavina de S’Agaró para ajustar cuentas. El idilio de la Gardner con España estaba ya consumado: disfrutaría de las noches y el Madrid de las tabernas. Le encantaba la cerveza con whisky, las juergas flamencas y los toros; fue amante de Howard Hughes y es mítica la relación con el matador de toros Luis Miguel Dominguín.

Salía cada noche, calmaba la sed de fiesta en locales de postín del Madrid castizo, como el Corral de la Morería, en Chicote o Lhardy. Bailaba flamenco, estaba enamorada del los cantes y bailes de los tablaos y de las fiestas que se organizaban siempre al amparo de sus visitas. Adquirió una tolerancia casi infinita al alcohol. “Nunca se había visto a una mujer beber tanto coñac”, se comentaba. Sus gustos por la bebida no tenían límites: ginebra, vino, champán… Y cócteles variados, además, el anís era su debilidad.

Llegó el momento de dejar atrás los años de su magnetismo sexual, los días de desayunar a base de champán, bailar encima de las mesas hasta ver el amanecer…en su final solo quería soñar: “Pero no los sueños del whisky, sino los que tienen las demás mujeres que no son como yo”.

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