FERRARI | CRÍTICA

Frustrado retorno de Mann

El actor Adam Driver protagoniza el filme.

El actor Adam Driver protagoniza el filme. / D. S.

Tras una larga carrera en televisión Michael Mann logró esforzadamente hacerse un nombre en cine con algunas notables películas como El ladrón (1981) y Hunter (1986), obtuvo por fin, alcanzada la cincuentena, un gran éxito con El último mohicano (1992) y le sumó el reconocimiento crítico con Heat (1995) y El dilema (1999). Tras ellas, como si hubiera exprimido su talento, cayó en la medianía con películas como Alí (2001), Collateral (2004), Corrupción en Miami (2006, adaptación de la exitosa e innovadora serie televisiva de la que fue uno de los creadores), Hancock (2008), Enemigos públicos (2010, su mejor título de esta época) y Amenaza en la red (2015), tras la que dejó el cine para dedicarse a la televisión. Después de haber estado una década sin dirigir regresa, cumplidos los 80 años con esta película tan ambiciosa como fallida. ¿Intentaba recuperar el brillo y prestigio de su breve edad dorada de los 90? No lo ha logrado.

Amor no por apagado menos tormentoso, tragedia, muerte, duelo, ascenso, caída, brillo, miseria, lucha entre competidores automovilísticos y entre legítimos e ilegítimos herederos. Y coches, por supuesto. Un festival automovilístico-shakespeariano en una película que, no solo porque también la interprete Adam Driver, recuerda demasiado en su tono a La casa Gucci de Scott. Curioso, cosa que a los italianos ha cabreado tanto como a los fotógrafos españoles que Leibovitz fotografíe a los reyes, que a Scott y Mann les haya dado por hacer que actores de otras nacionalidades interpreten las tragedias de familias cuyos apellidos, como Gucci o Ferrari, hacen marca Italia.

Driver se defiende como puede ayudado por un equipo de maquilladores. Penélope Cruz, convencida por la crítica de que es la heredera de la Magnani, de la Sophia Loren más trágica y de las maggioratas más desgarradas, está más convincente y, desde luego, más entregada. Quien no convence y no se entrega es Michael Mann, que dirige la película de su regreso que tantos años le ha obsesionado con desgana y rutina televisiva. Solo las carreras, los accidentes -uno sobre todo- y Penélope desencadenada dan vida a esta película.       

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