LO QUE SUCEDE DESPUÉS | CRÍTICA

Meg Ryan reina en su zona de confort

David Duchovny y Meg Ryan protagonizan el filme.

David Duchovny y Meg Ryan protagonizan el filme. / D. S.

Que Meg Ryan es una de las reinas del romance sentimental y amable como María Montez lo fue del Technicolor o Jane Wyman del melodrama, está claro desde los ya lejanos tiempos de sus recordados éxitos Cuando Harry encontró a Sally -¡35 años ya!-, Hechizo de un beso, Algo para recordar, Cuando un hombre ama a una mujer, El genio del amor, French Kiss, Adictos al amor o -por pararme en la cumbre- la siempre encantadora Tienes un e-mail en la que creó con Tom Hanks la pareja perfecta de la comedia sentimental amable.

Como directora, además de intérprete junto a David Duchovny, en Lo que sucede después insiste con inteligencia en este registro en el que reina. Y hace bien, por muy mala prensa que tenga la zona de confort, porque logra un producto amable, entretenido y lo suficientemente romántico como para justificar la fama de Meg.

Dos amantes se reencuentran en un aeropuerto una víspera de Navidad tras estar varios años separados. Perfecto. La cosa promete. La nieve, como cómplice romántica, se confabula para que el reencuentro se prolongue lo suficiente como para que de los rescoldos, no tan pagados como ellos creían, salten chispas y renazca la antigua atracción entre ellos.

Correctamente escrita y dirigida, bien interpretada por Ryan y Duchovny formando eso que se suele llamar una pareja con química y con una apropiada música de David Bornam (más el necesario aporte de unas canciones de The Four Words o Luscious Bandit), se puede decir que alcanza el nivel máximo en calidades de las películas de sobremesa de fin de semana.

Meg Ryan, en su segunda película como directora, ha hecho una regresión al terreno en el que se siente más segura, el de sus éxitos románticos. Y ofrece a los suyos, que son muchos, lo que de ella esperan. No les defraudará.  

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