Bob Marley: One Love | Crítica

Mística rastafari

Kingsey Ben-Adir es Bob Marley en el biopic de Marcus Green.

Kingsey Ben-Adir es Bob Marley en el biopic de Marcus Green.

El bueno de Bob Marley (1945-1981) murió de cáncer con apenas 36 años sin darle demasiada batalla a la enfermedad, entregado a su destino, el que su Jah rastafari y panafricano había querido para él después de una década de gloria y un memorable puñado de himnos de liberación y redención reggae que llegaron a todo el mundo.

En el año en que también nos llegarán los biopics de Michael Jackson y Amy Winehouse, este de Marley, encargo para el especialista Marcus Green (El método Williams) con visado familiar, respeta el mito más allá de lo recomendable para rozar la hagiografía sobre la base de ese misticismo del que el propio personaje se hizo portavoz entre canciones de amor y ritmos para el trance bajo los efectos de la marihuana, primero en una Jamaica en plena contienda civil, luego desde Londres donde, de la mano del productor Chris Blackwell, grabaría una serie de discos imprescindibles de los que Exodus, al que su gestación dedica la película un buen tramo, se convertiría en la definitiva catapulta hacia el éxito.

El filme parte de ese momento (1977) para activar los clásicos flash-backs hacia los orígenes, el amor a pesar de todo con su esposa Rita (quien sale muy bien parada), la formación de sus sólidos Wailers y los entresijos de los contratos, las giras y el nacimiento de las canciones. Es precisamente esto último lo más interesante del filme, donde Marcus Green se detiene a escuchar y (re)hacer sin demasiadas prisas. Lo demás, teledirigido, masticado y fiel a cualquier entrada biográfica de enciclopedia con un plus de barniz para las masas, aplana al personaje casi hasta la santidad cuando es sabido, lo vimos hace unos años en aquel estupendo documental de Kevin MacDonald, que Marley tuvo no sólo más caras de las que aquí vemos, sino también muchas y complejas contradicciones.