Feria

Simón lima los espolones de Juli

  • Completa corrida de Zalduendo por presentación y juego que deja varios arrastres premiados con aplausos. El debutante López Simón, con tres orejas y El Juli con dos se fueron por la Puerta Grande Intensa y torera tarde de Alejandro Talavante

ROMPIÓ la tarde Simón con el tercero.  Una faena academicista, limpia, tersa y educada en el trazo pero con un final apasionante cuando se cruzó en ese terreno del toro. En ese espacio que necesita el animal para revolverse fue dónde López Simón encendió a un tendido que había estado atento a las lecciones toreras que tanto Juli como Talavante habían dictado desde esa pizarra del albero. Y está claro, que tan sólo cuando ese duende que hace rugir a la marabunta se escapa desde la arena para transpirar en la emoción de las palmas, es cuando el toreo definitivamente se ha hecho causa inmortal en la memoria del aficionado. Y así ocurrió en ese final del tercero. 

Sólo en ese instante Simón empezó a ser dueño de un marcador que significa poco para un titular pero mucho para la sutil lucha de irse con una oreja más que otro. Y el otro, era El Juli. Un Juli a quien el palco no atendió la petición de oreja en su primero por una faena meritoria en su concepto, en su sapiencia de aprovechar, no candela sino unos insuficientes rescoldos de embestida emocionante del que abrió plaza. 

 

Frágil, como digo, en la intención de no atosigar lo poquito de fondo que tuvo ese que abrió plaza, al que remató con un rotundo estoconazo.

 

El triunfo del de Barajas le calentó los espolones al de Velilla. Y salió a hacer sangre en el cuarto. Un auténtico gallo, en el corral del ruedo.  Dominando el escenario, mediatizando todo para que se midiera al milímetro la lidia. Que no se le rompiera la buena condición del toro en el caballo. Ni un capotazo fuera de sitio y rapidito con los palos.  Estaba loco por coger la montera e irse hasta el centro del platillo de la plaza y largar una faena de mucho poder. Poder y querer en la intencionalidad de un intenso quite por cordobinas. Un manojo de belleza en medio del fragor de la batalla, que además permitió la brava y noble condición del de Zalduendo por los dos pitones.

Cuando Juli se fue detrás de la espada, lo hizo de verdad y buscando irse a hombros. Lo certificó el presidente manchando con la albura de dos pañuelos, el terciopelo del palco.

 

Entremedio, Talavante se había aislado del debate del tendido en torno a la música, y engarzaba trazando el muletazo suave, sin hostigar ni herir el orgullo de un segundo toro que  le brindó al extremeño su buena condición de nobleza y raza por el pitón derecho. 

 

Se fue armando maciza y armónica esa faena con Talavante echándole con mimo la muleta al hocico de un toro demasiado desgarbado de hechuras pero que no tuvo reparo en meter la cara abajo y seguir el engaño hasta el límite que el torero quiso trazar. No de una emoción sublime, pero importante por el conjunto de los dos protagonistas, el refrendo de la oreja dejaba entrever la posibilidad de agrandarlo a poco de que el quinto  siguiera la estala de una corrida que por hechuras, presentación y juego deja un conjunto impecable en la mochila de la feria almeriense.

 

Y no se dio coba Talavante para irse de hinojos sobre el albero y enganchar con un soberbio temple una de las mejores fases de su tarde. Toreando de verdad y enganchando con una ligazón sin remedio la embestida de un toro que sacó fondo de raza para poner en su embestida los argumentos necesarios para el asalto de Talavante al fortín de la Puerta Grande. 

 

En ese compás de la tarde también sacó raza el torero que se lo pasó a milímetros de la taleguilla en esas impecables bernardinas con las que abrochó una faena que había brotado con magia y poder en ese toreo al natural. 

 

La espada, no dejó que Talavante culminara la obra, pero en modo alguno empaña la semblanza de una tarde que tuvo dentro toros y toreros.

 

 ¡Con lo difícil que es eso!

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