Cultura

Mayte Martín y Antonio Reyes ponen el duende a una gran velada flamenca

  • La Plaza de la Catedral vibró el viernes en el penúltimo recital del Festival Flamenco

Tres maneras de vivir un mismo sentimiento. Mayte Martín, Antonio Reyes y Eduardo Guerrero eran las estrellas convocadas para la penúltima gran noche de recitales del 51º Festival de Flamenco y Danza y la terna estuvo a la altura de las expectativas que generan su nombre en cualquier cartel.

Sobria la cantaora catalana, con duende y pellizco el cantaor de Chiclana de la Frontera y racial y desbordante el bailaor de la capital gaditana.

Acompañada por el guitarrista Salvador Gutiérrez, Mayte Martín fue la encargada de abrir la noche, en una actuación que se bregó por cantes clásicos con la maestría que da el conocimiento y la pulcra interpretación de una cantaora totalmente opuesta a los estereotipos del género.

Arrancó de la manera más solemne posible, con una granaína de Antonio Chacón, una de las primeras grandes leyendas del cante de finales de siglo XIX y principios del XX. También sonaron canónicas las peteneras con recuerdo a Camarón de la Isla, en el año en el que se cumplen veinticinco años de su pérdida. En ese recuerdo a nombres fundamentales, también en los fandangos hubo un recuerdo a Porrina de Badajoz.

Con una perfecta afinación y una ejecución impecable, Martín se inició en el compás por soleás, para terminar con unas bulerías en la que no faltó su conocido gusto por los boleros, con Un compromiso, y algo de copla, como el Romance de la reina Mercedes.

Antonio Reyes recogió el testigo de Mayte Martín. Si ella guiñó a Chacón, Reyes aceptó el envite y comenzó con tonás con sabor a zambra por Manolo Caracol. Un arranque a pie de silla, que hacía evidente el gran estado de forma en el que se encuentra uno de los mejores cantaores del momento, con un crecimiento más que notable con respecto a su paso por el festival en 2015. Atesora una voz de timbre añejo, un gran control del compás, como demostró por alegrías, y una tendencia a interpretar los palos con tempo lento, masticando cada verso y controlando la potencia con un control absoluto.

Con Diego del Morao al toque, la actuación continuó por soleás y tangos con más hechura de tientos que festeros. Letras carceleras y recuerdo a El Emigrante de Juanito Valderrama para unas bulerías que anticiparon el cierre con una generosa tanda de fandangos, que terminaron de redondear una faena que puso en pie a todo el público.

Para terminar una excepcional noche de flamenco, todavía quedaba el vigor físico y racial de Eduardo Guerrero. Con una fuerza y velocidad apabullante, el gaditano conjugó elegancia clásica con guiños contemporáneos, para una puesta en escena llena de técnica, como demostró por tarantas y alegrías, con el cante de Manuel Soto y el toque de Javier Ibáñez.

Todo ello con mínimas salidas de escena, lo justo para cambiar un vestuario transgresor y llamativo. Un punto de modernismo que dio lustre a su dominio escénico, bastante similar a los inicios de un referente del baile como Joaquín Cortés. Vicente Amigo puso anoche el gran colofón final al 51º Festival de Flamenco y Danza de Almería.

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