Ningún momento del año es para nosotros más familiar que el tiempo de Semana Santa, cuando la familia extensa se reúne. Abuelos, tíos, primos, sobrinos en la misma cofradía o en la de enfrente, alegres, envueltos en olor a azahar, a incienso. Los niños con su tambor y sus túnicas desde que nacen. Esta transmisión es la que se ha llevado a cabo con más naturalidad y más alegría en nuestro entorno familiar.

Hay veces que la vida se da la vuelta y nos enseña su rostro más duro, el dolor que nos reinventa y reinterpreta. No elegimos qué vamos a vivir en la vida, pero sí podemos elegir cómo lo vamos a vivir. Y con esta visión quiero recordar el pensamiento de Chiara Lubich sobre el Triduo Pascual.

El Jueves Santo Jesús les dio a sus discípulos el mandamiento nuevo, ley fundamental que nos recuerda que estamos creados para la vida eterna. Jesús también instituyó la Eucaristía porque Él no vino solo a los cristianos del primer siglo, vino por mí, por mi marido, por mis padres, por mis hijos. Esto me hace sentir agradecimiento a los sacerdotes y pido ellos ya que hacen posible la eucaristía, la presencia de Jesús hoy, donde puedo ir cuando no encuentro consuelo en otro sitio, donde me edifico para vivir.

El año pasado el Papa Francisco habló del momento crucial de Jesús clavado en la Cruz como el culmen del sufrimiento de Jesús cuando gritó “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Y dice que el señor nos salva así, “desde dentro de nuestros “por qué”. Desde ahí nos revela la esperanza que no desilusiona ya que desde su extremo abandono no nos deja en la desesperación, sino que reza y se confía”. Pienso que yo puedo unir mi dolor al Suyo y darle un nombre para que tenga sentido. También puedo abrir los ojos a otros muchos dolores, que me rodean, dolores de pueblos enteros, de marginación, de pobreza, además del dolor invisible como el de los niños que no nacen o el de los ancianos descartados en soledad. El beso a la cruz ese día es la renovación de la promesa a seguir diciendo sí a Él, porque ya se sabe que no puedo escoger qué vivir, pero sí cómo vivirlo. Y a pesar de mi dolor, puedo escoger tener ese Amor que Jesús nos enseñó de cercanía, de ternura y de compasión.

El Sábado Santo es día de suspensión, de espera junto a María, que está desolada, sola, junto con los que son el germen de la Iglesia. La entereza de una madre que mantiene en pie, a pesar de su dolor y por encima de cualquier razonamiento, el trabajo de Su Hijo. Y nosotros, ¿cuántas suspensiones tenemos?, ¿cuánto más tendremos que esperar?, ¿cómo seguir confiando? Si decimos que María es modelo, es por su confianza en Dios, un bálsamo para el alma.

Los cristianos somos afortunados, SÍ, tenemos suerte porque celebramos LA VIDA por encima de todo. Él es el Resucitado, Él es la Resurrección y la Vida también para nosotros. Es importante dar gracias por la vida que tenemos y la que tendremos y no terminará.

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