Da la sensación de que esta temporada se está prolongando de más como se le alargan a un niño chico los últimos bocados de un plato que le desagrada. El presente curso está siendo esa bola que pasa de un lado a otro de la boca, más que masticada, sin que pueda ser tragada por el hastío del comensal. Un solo partido en prácticamente un mes ha sido la gota que ha colmado el vaso para generar esta sensación de pesadez e inmovilismo entre los aficionados rojiblancos. Ya ni siquiera tiene gracia lo de no jugar porque hay parón de selecciones y tener un fin de semana tranquilo, sin derrotas. Lo mejor es que haya jornada liguera, que el Almería haga lo suyo -o sea, perder- y que esto termine. Porque la temporada ha derivado en algo grotesco, insalvable, cansino. Nada se libra.

En este desfile que los jugadores están llevando a cabo, obligados, por sala de prensa, todos, en mayor o menor medida, hablan sobre su futuro. Y todos, en mayor o menor medida, se mojan. Si no completamente, al menos sí se salpican. La mayoría ha dejado claro su compromiso con el proyecto -a saber qué iban a hacer si no, teniendo en cuenta el esperpento ofrecido-, pero alguno como Arribas sí ha tanteado la posibilidad de largarse cuanto antes, como si con él no fuese la cosa. En cualquier caso, esta plantilla ha tenido la capacidad de hacer que incluso algo así me sea indiferente. Que se vaya uno o se quede el otro me importa lo mismo que el proceso de crecimiento de las mariposas en Camerún, parafraseando a Juanma Lillo. Un año aciago como este ha logrado despojarme de cualquier simpatía o afecto que pudiera tenerle a cualquier jugador. Algo, evidentemente, temporal, como todo lo que pasa en el fútbol. Dos victorias el próximo curso con este equipo volverán a enganchar hasta al más reacio. Pero, hasta que lleguen esos ansiados triunfos en la 2024/25, todo será frialdad. Supongo que, a estas alturas, ya es un mecanismo de autodefensa.

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