Al que más al que menos, creo que a todos se nos encogió el corazón cuando Llull pegaba esos gritos sobre la madera del Fernando Martín. Yo, lo reconozco, di por perdido el Eurobásket. Sin embargo, albergaba alguna esperanza de que la gravedad no alcanzase esa escala. Romperse el cruzado es una severa putada. Tal cual. Que se lo digan a mi compañero Laynez, que ya me contó sus vivencias durante meses en esas tardes de redacción. Más aún si te llega cuando estás en la cresta de la ola. En lo personal, después de casarse este verano en su Mahón natal rodeado de amigos. Y en lo deportivo, cómo no. Llenando las vitrinas de su casa para ser, para el que suscribe, el mejor jugador a este lado del charco. Y entre medias, rechazando cantidades indecentes, se habla de siete ceros, de los Houston Rockets.

Fue con la selección, donde este verano esperaba coger verdaderos galones. Solo había que ver los carteles publicitarios de la Ruta Ñ. ¿Quiénes salían? Gasol y él. ¿Casualidad? No lo creo. No obstante, la verdadera víctima es su club, quien tendrá que esperarlo como agua de mayo. Llegará un poco antes, aunque veremos en qué condiciones. Necios seríamos si desde el primer día quisiéramos ver al Llull que cerró el telón en La Fonteta. Su rodilla no será la misma, su mente quizá tampoco. Lógico y humano es albergar algún miedo. A lo mejor para eso también es 'increíble'.

Una lesión así en un jugador tan físico obliga a tomar las debidas precauciones. Deberá pasar un tiempo para que recupere su tono, porque yo confío en eso. Derrick Rose la padeció y es evidente que marcó un antes y un después en su historia. Pero toca ser positivos. Unirse a la corriente de ánimos y anhelar su vuelta al parqué. Quedan más de medio año y se cuentan los días para verle lucir el 23. Para lo que queda, #FuerzaLlull, que no estás solo.