Manuel Ruiz de Lopera, el que fuera máximo accionista del Real Betis y presidente entre 1992 y 2006, falleció este domingo en su casa de Sevilla a consecuencia de unos problemas digestivos que le provocaron su deceso. Con Ruiz de Lopera se va uno de los últimos exponentes de la vieja escuela de dirigentes del fútbol español que tantos titulares han ofrecido a la prensa patria por sus permanentes apariciones que le hacían parecer personajes extraídos de alguna película del destape. Un hombre irrepetible, carismático e ingenioso, que tuvo en su perro Hugo a su máximo hombre de confianza. Siempre con mucha guasa, “Don Manué” fue parte de una saga de responsables del fútbol que a su manera hicieron grande al deporte de nuestro país por su particular manera de gestionar. Imposible abordarlos con los ojos de hoy, debemos mirarlos en un tiempo y un espacio acorde con aquella España que comenzaba a dar sus primeros pasos en la era del todo a color. Y en ese escenario, con sus luces y sus sombras, Lopera fue uno de los mejores a la hora de inscribir anécdotas en los libros de historias ligadas al deporte. Capaz de atreverse a levantar un entrenador de la cama para ir a interrumpir una fiesta en la casa de Benjamín, donde se encontró con “señoritas haciendo ejercicios físicos”, de enviar a Joaquín a Albacete -ya que el jugador quería salir del club y vestir de blanco-, o de realizar la mayor inversión de un club en un año por un jugador como Denilson, un fichaje que pasó con más pena que gloria. Llevó la Copa al casamiento de su “niño” Joaquín y la colocó en el altar. Le puso su nombre al estadio del Betis, pero sus actuaciones a estas alturas estaban más que cuestionadas por la afición verdiblanca. Su gestión al frente de la institución fue a peor y el club descendió a Segunda en 2009. Manifestaciones en las calles y Gordillo aupado como administrador judicial por la misma jueza de los ERES, Mercedes Alaya, culminó con la venta de las acciones del club en el año 2017. El último gran servicio de Don Manué.

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