Análisis

manuel campo vidal

Puigdemont, aliado con Pujol y la burguesía catalana

Los datos obtenidos en las elecciones catalanas van más allá de los contundentes resultados. Los grandes titulares son claros: el socialista Salvador Illa ganó ampliamente (42 diputados); Carles Puigdemont creció (35); ERC se desplomó (20 y venía de 33); el PP quintuplicó (de 3 a 15); Vox se mantuvo (11) y los Comuns-Sumar bajaron (de 8 a 6). Hay que añadir que la CUP perdió más de la mitad (de 9 a 4); que Cs desapareció y que entró por primera vez en el Parlament la extrema derecha xenófoba, Aliança Catalana, con 2 escaños.

En resumen: por primera vez en casi medio siglo de autonomía, los socialistas ganan en votos y en escaños; el secesionismo no suma mayoría, por lo que la vía unilateral de independencia puede darse por archivada, que no por desaparecida, ojo; y Cataluña se muestra más a la derecha, que es lo que es. Sólo la confusión entre independentismo e izquierda maquillaba esa realidad.

Otros se jugaban mucho en estas elecciones y salvaron el reto. Pedro Sánchez, de momento rehabilitado ante las europeas del 9 de junio, que probablemente ganará el PP; Alberto Núñez Feijóo que corría el riesgo de empate con Vox en Cataluña y lo ha superado ampliamente, lo que refuerza su liderazgo; Yolanda Díaz, que, aunque su fuerza coaligada haya retrocedido, se mantiene en un digno resultado, lejos del cero diputados en su Galicia natal, o de uno en el País Vasco.

Lo de presidir la Generalitat está muy difícil, acaso más que nunca, porque Illa –que se presentará a la investidura y no hará como Arrimadas, que ganó en 2017 pero quedó inactiva– necesitaría un acuerdo con ERC y Comuns, o con Junts-Puigdemont; o con todos ellos. Muy difícil ese acuerdo sin estrangular a Sánchez hasta que pierda el conocimiento político. Y más difícil aún que los socialistas le regalen a Puigdemont una abstención, como ya pide, para gobernar en minoría con apoyo de ERC y la CUP. Son las dos opciones posibles para no repetir elecciones en octubre, de resultados temibles porque la ciudadanía está harta de dos cosas: del retroceso que genera el procés y de que los políticos no sean capaces de entenderse. Miedo a repetir comicios y amenaza de colapsar el Gobierno en España.

Dos cosas más: ¿por qué convocaron elecciones los de ERC si estaban gobernando? Acumularon tres deficiencias letales: un candidato, Pere Aragonès, de mínimo liderazgo; una gestión muy pobre; y el error estratégico de avanzar los comicios pudiendo estar un año más en el poder fortaleciéndose. No podían esperar más que un chasco.

¿Las adelantaron por miedo a Puigdemont, para que no se recuperara, si finalmente regresaba por la amnistía? Ni le hizo falta. Puigdemont es un artista capaz de crear contenido. No es un buen gestor. Fue alcalde de Gerona y no se le recuerda una obra, ni una iniciativa. Y en la Generalitat tampoco. Pero a crear contenido, a él y a Pablo Iglesias no los gana nadie.

Y algo determinante: no iba solo. Esta victoria relativa suya es compartida. Lo votan los independentistas irredentos; pero Jordi Pujol le envió un vídeo de apoyo en el cierre de campaña. Y la patronal catalana de Foment, con Sánchez Llibre al frente, lo visitó en el sur de Francia buscando impuestos más bajos. Puigdemont representaba esa coalición a tres: los suyos, los pujolistas y la burguesía catalana. Ha renacido una nueva Convergència.

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