Hay una cosa que no se le puede negar a la UD Almería esta temporada. Un mérito que está al alcance de muy pocos clubes profesionales y que los rojiblancos se han empeñado en convertir en su seña de identidad. Cuando parece que un equipo que acumula 13 pírricos puntos en 29 jornadas no puede defraudarnos más, lo consigue. No es fácil. La situación tras el duelo ante Osasuna fue, incluso, cómica, si es que se puede emplear este adjetivo en un curso en el que el único objetivo está siendo no ser el peor colista de la historia de Primera. Pero ciertamente lo es. Porque, durante muchas semanas, incluso meses, hemos aguantado estoicamente la cantinela de que el equipo estaba acusando mentalmente el no haber ganado ningún encuentro. Que suponía una losa con la que era muy difícil lidiar. Una mochila pesadísima que acarreaba nerviosismo, inseguridad y desconfianza. Que, en cuanto llegaran esos ansiados tres puntos, todo sería diferente. Que el plantel se despojaría de sus complejos y, ya sí, jugaría más liberado. Pepe Mel, tras el ansiado triunfo en Las Palmas de Gran Canaria, habló, incluso, de disfrutar. Solo es un deporte y hay que pasárselo bien. Era la victoria que destapaba el tarro de las esencias. La que quitaba las ataduras y daba oxígeno a un vestuario que, desgraciadamente, no estaba pudiendo desplegar todo su potencial. Pero eso se iba a terminar. Por fin. Ante Osasuna nos pusimos nuestras mejores galas. Algunos, incluso, volvieron a creer. Nos visitaba un rival de media tabla al que el partido ni fu ni fa. El Almería llegaba de conseguir sus primeros tres puntos, con un entrenador pletórico y una plantilla segura de sí misma. Imposible fallar. Imposible para cualquier equipo normal. Pero el conjunto andaluz nunca lo ha sido. En el minuto ocho el choque iba 0-2 con dos tantos ridículos. El encuentro acabó en goleada. La enésima decepción fue una tragicomedia. Porque, en realidad, lo de este equipo hay que tomárselo a risa. No queda otra.

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