Siempre que tengo oportunidad pongo la oreja en las conversaciones que mantienen los adolescentes. Que si en tal videojuego han llegado al nivel 34, que si aquella chica de la clase se lo ha buscado por contarle no sé qué a aquella otra o simplemente comentando la jugada de lo que pasó ayer por la noche en Gran Hermano. Es divertido escuchar cómo se cuentan sus cosas, tonterías que conforman todo su mundo, como en su momento lo hicieron con el nuestro. El pavo es lo que tiene. Lo que da miedo es que las nuevas generaciones están muy expuestas a algo que nosotros no estábamos: Internet y las redes sociales. ¿Es cierto que hay jóvenes que se autolesionan o incluso han llegado al suicidio siguiendo los retos del juego llamado Ballena Azul? Es difícil de creer, pero yo por si las moscas tengo claro que voy a seguir una directriz que ya mis padres usaron conmigo en los ochenta: "El ordenador en el salón y donde yo pueda verlo".