Hoy, en apenas un ratito, los aficionados de la UD Almería vamos a asistir al que podría considerarse el último acto en Primera División. Una especie de funeral. El colofón a una temporada grotesca. Si todo va como la lógica invita a pensar que va a ir, es decir, si no gana un equipo que solo ha vencido un partido de 32, se consumará el descenso más sonrojante de la cada vez más nutrida historia de esta entidad. El club que bajo los designios de Turki y la dirección de Mohamed El Assy jamás iba a regresar a Segunda lo hará menos de dos años después de ascender, y será de forma dantesca, tras haber encajado veinte derrotas en apenas una treintena de fechas y tras un desembolso de 52 millones de euros que, a estas alturas, nadie se explica qué sentido tuvo más allá que el de engordar algún bolsillo. Para colmo, el partido de hoy nos pone a muchos en una tesitura de lo más hilarante. Por un lado, ganar supondría ahorrarnos el trago de tener que vivir otra pérdida de categoría en directo, como ya pasó en 2015 ante el Valencia, u otro descenso contra el Getafe, como sucedió en 2011, aunque aquella vez fuese en el Coliseum. Por otro, visto lo visto el pasado fin de semana, cuando medio estadio estalló contra Grada Joven porque el grupo afeó a los futbolistas su pobre rendimiento, lograr los tres puntos -algo, insisto, utópico para esta plantilla- significaría ver cómo buena parte del público aplaude a esos jugadores que han esquivado por muy poco convertirse en el peor equipo de la historia de Primera. Una burrada. Ganar, además, sería en vano, puesto que Celta o Mallorca podrían ajusticiar igualmente a los andaluces. Y, si no sucediese eso, los de Pepe Mel se rematarían a sí mismos en Vallecas el próximo domingo. La suerte está echada. Solo queda esperar y, sobre todo, ver de qué forma despedirá hoy la afición a un equipo y a una directiva que nos han destrozado un año entero de fútbol. Ya uno se puede esperar cualquier cosa.

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