Metafóricamente hablando

Animales, y -racionales

De pequeña pensaba que el ser humano era inmortal, y sobretodo superior al resto de animales que poblaban la tierra

Caminaba con sumo cuidado, fijándose muy bien donde pisaba, no fuese a dar un traspiés y caer del andamio con el que hoy se había calzado. Empoderada sobre aquellos altísimos zuecos, tenía la certeza de que un tropiezo tendría consecuencias dramáticas, sería casi como caerse por la escalera de la torre Eiffel. Observaba estupefacta las aceras por las que transitaba: ríos de micciones de humanos con incontinencia, se dibujaban por doquier, esquinas pestilentes mostraban la huella de diluvios dorados. Cercos negros junto a papeleras, alcorques, bancos y contenedores, delataban el origen de aquel nauseabundo olor que inundaba las calles. De pequeña pensaba que el ser humano era inmortal, y sobretodo superior al resto de animales que poblaban la tierra. Aún recordaba el terremoto emocional que le causó su profesor de naturales, cuando definió a los humanos como "animales racionales". Como iba a ser posible semejante disparate? animales no podíamos ser, eso era imposible. Poco a poco la verdad se fue imponiendo, y empezó a entrever lo que se ocultaba bajo las ropas con que se disfrazaba el humano para eludir su naturaleza. Se escondían, y negaban los instintos más primitivos que dirigían sus conductas, justificando lo injustificable con excusas intragables, que trataban de esconder lo que a todas luces era una verdad innegable. Buena prueba de ello era lo que se podía constatar a simple vista en los últimos tiempos: la incontinencia urinaria. Era la huella que iba dejando sobre el asfalto una humanidad despojada de complejos, ahora no eran los perros los que marcaban el territorio, sino los humanos. Muy racional, por cierto. Siguió su camino disgustada, desencantada y al borde de la náusea, por los efluvios que emanaban de aquellas aceras convertidas en sumideros de orines y otras lindezas. Quizás, por alguna mutación dimanante del cambio climático, aquellas vejigas que surtieron profusamente las calles de líquidos embriagadores, se habían convertido en pieles rígidas como las zambombas, lo que le daba la esperanza de que la próxima navidad fuese más rica en villancicos, solo había que tocar las panzas en lugar de las panderetas. Tuvo la certeza de que esas aceras pestilentes no habían visto un baldeo en tanto tiempo, que no serían capaces de reconocer el agua. Absorta en sus pensamientos, no apreció que caminaba bajo unas jacarandas que, despojadas de sus delicadas flores violetas, formaban tal "lapachero" sobre las baldosas, que finalmente resbaló, cayendo de bruces sobre el conjunto de orines, puré de flores marchitas y chicles pegados en las losas sucias desde tiempo inmemorial, como si no fuese responsabilidad de nadie su limpieza. Primero fue la rodilla izquierda, después la derecha y, con la cara casi pegada al suelo, alzó sus ojos al cielo, y pensó: "animales, y-racionales, no?".

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