República de las Letras

Bares, que lugares

Yo, desde luego, me he prometido que jamás haré cola para sentarme en la terraza de un bar

(aprovecho que La Desértica ha despertado a todo el barrio a las 7 de la mañana –de noche– del sábado para escribir este artículo. Me pregunto qué pasaría por la mente de los vecinos si fuese una fiesta-mitin del Partido Comunista o de Podemos: estas cosas no son por sí mismas, sino por quién las organice. En fin…).

Pero yo hoy de lo que vengo a hablar es de bares. Porque los bares en Almería ya no son lo que eran, han cambiado mucho. Aprovechando que cada vez se cocina menos en los hogares y se tira más de comer fuera, sobre todo los fines de semana, los bares de toda la vida han ido adaptándose a esa demanda y han cambiado sus estrategias. Ahora se llaman gastrobares. Las tapas son gourmet o de diseño, aunque haya disminuido su cantidad y calidad. Y además las cobran. A unas les ponen un suplemento, otras hay que pagarlas. Lo de la tapa gratis, costumbre que hizo famosa a Almería y fue copiada en toda España, pasó a la historia.

Y hay normas nuevas. Para ocupar una mesa en la terraza se tiene que pedir al menos dos raciones. Lo servido en la terraza no se cobra en la barra, por más que el camarero no te haga caso ni para cobrarte porque hay falta de personal y el hombre esté superagobiado atendiendo tantas mesas él solo. La falta de personal es una constante en la hostelería almeriense, y el abuso con los horarios también. Las jornadas son interminables, los camareros muchas veces no son profesionales –el camarero profesional es una rareza ya por estos contornos– y los contratos son, en consecuencia, precarios, temporales. Todo ello repercute en una atención deficiente, unas actitudes poco gratas y un trato decepcionante para el cliente.

Con frecuencia no hay mesas libres, y toda la familia tiene que hacer cola, de pie, al solitrón si es preciso, para poder sentarse a comer. Porque todo eso se soporta si de lo que se trata es de no tener que cocinar en casa los fines de semana y luego fregar, limpiar… Un gasto que con frecuencia no es mucho menor del que se hace comiendo o tapeando en un bar.

Por supuesto, hay que reservar para poder ir a un bar. Muchos, por teléfono, algunos por internet. Lo de tomarse una cerveza al pasar, a la vuelta del trabajo, también pasó a la historia.

Con ese panorama, la verdad es que se quitan las ganas de ir de bares. Yo, desde luego, me he prometido que jamás haré cola para sentarme en la terraza de un bar. (Por fin silencio, uff).

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