Club de lectura Filosofía en la calle

La aceptación de lo absurdo de la vida hace libre al hombre. Y es una manera de enfrentarse ante la adversidad

Desde hace unas semanas se está desarrollando en La Resistencia unas sesiones de un club de lectura que organiza Filosofía en la calle y que dirige Alberto Herrera. El libro elegido es EL Mito de Sísifo de Albert Camus. Sísifo, igual que Prometeo, enfadó a los dioses por su astucia y por ello obtuvo un castigo: empujar la famosa piedra eternamente montaña arriba. Al llegar a la cima, la piedra volvía a caer hasta el valle, desde donde Sísifo debía volver a empujarla hasta la cumbre, y así eternamente. En las sesiones Herrera nos aclara que “no existe la filosofía del absurdo, y mucho menos en Camus”. Quizás este sea el argumento más importante puesto que a Camus se le asocia precisamente a la filosofía de lo absurdo. Según nos dice en el club Camus “descriptivamente inaugura la filosofía camusiana”. Y añade Herrera: “El mito de Sísifo es un análisis sobre la absurdidad. Y este ensayo se enmarca en una provisionalidad para Camus, que quiere comprobar qué puede hacerse coherentemente dentro de los muros absurdos; comprobar hasta dónde se extienden esos muros”. Existen ciertas preguntas que pueden entreverse en las sesiones del club de lectura: “¿Lo irracional es absurdo? ¿Puede decirse de todo que sea absurdo?” “Y qué estructura y condiciones de posibilidad son necesarias (para ello). Algo así como la duda metodológica cartesiana”. ¿Sería posible el absurdo metodológico por tanto? Herrera nos afirma que “Camus entiende que la única ética coherente en el universo del absurdo es la de la cantidad, pero es que Camus no dice que la vida sea absurda, sino que, cuando hay absurdo, es en el universo humano” “El mito de Sísifo marca el comienzo de una idea que iba a seguir en El hombre rebelde”. “El tema fundamental de El mito de Sísifo es este: es legítimo y necesario preguntarse si la vida tiene un significado, por lo que es legítimo enfrentarse al problema del suicidio cara a cara. La respuesta, que subyace y que aparece a través de las paradojas que se ocupan de él, es la siguiente: incluso si uno no cree en Dios, el suicidio no es legítimo”. “La unidad de este libro” –objeto del análisis en el club, afirma Alberto Herrera- “reside en la reflexión, alternativamente fría y apasionado, en la que un artista puede disfrutar en cuanto a sus razones para vivir y para crear”. A todas miras son sesiones interesantes queridos lectores.

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