Confianza en la radio

Si hay una idea errónea y carente de rigor sobre Almería es la de que en nuestra ciudad hay pocas cosas que hacerUn invento que nos dio acceso pleno a la información, a la diversión, al servicio público...

Disculpen que me venza el ramalazo cosmopolita y vuelva a traer a colación otro Día Mundial, el 13 de febrero, que hoy celebra un hito estelar para la humanidad: la confianza en la Radio. Un artilugio ingenioso y de índole bifronte, que intercede entre unos chalados que emiten sonidos ?hay que estarlo, ¿verdad? para despatarrarse ante una cebolla metálica chutando ondas parlantes, musicales, informativas, joviales o tristes, risas y llantos, que de todo hay?, y otros, muchos más, normalmente alelados, que escuchamos inermes y sin más defensa que cambiar de chifladuras. Una obra de ingeniería electromagnética que cambió las relaciones sociales, en la que fue pionero el español Cervera, en 1902, al comunicar Alicante con Ibiza sin hilos y sin tener que desgañitarse en el intento. Un hecho histórico. Un invento que nos dio acceso pleno a la información, a la diversión, al servicio público, casi gratis, desde cualquier lugar y sin que exija renunciar, para oírla, al tajo, al deporte o la cocina. Un medio que potenció la democracia global, logrando que todas las voces suenen aun en los parajes más lejanos: por todo ello merece nuestro respeto. Aunque no que le demos carta blanca, porque lo que reclama a la vez tal poderío, es justamente una selecta desconfianza, dado ese su enorme potencial para condicionar la percepción social, lo que debe alertarnos sobre la objetividad o intereses de quienes controlen sus voces y sus ecos. Como les decía, para operar como locutor hay que estar algo chalado, pero además, tener esa cierta dosis de masoca que se precisa para ir creando ?sin inmutarse? "realidades verosímiles", día a día, en cada momento y que encima eso les pirre, ?o lo parezca?. Hablo de esa habilidad, acaso irreemplazable, para narrar indicios como hechos reinventados desde su propia perspectiva y sin perder un ápice de credibilidad ante la fe del oyente. Ni siquiera cuando juegan con la realidad. Recuerdo aquellas "Historias de la Radio", de Sáenz de Heredia, o aquel episodio, tan real o ficticio, como quieran, de O. Welles, en los años 30, radiando la invasión de N. York por extraterrestres, que generó, en directo, una ola de pánico ciudadano real. Son solo puntadas sobre el poder mágico y maravilloso de la radio, que aquí canto y les cuento a la vez que les alerto sobre la atenta y cordial desconfianza con que debemos abrazar ese medio, que tanta dicha nos procura.

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