Antiguamente llegaba uno del cole quejándose de que el maestro lo había castigado o le había endiñado una colleja (entonces no estaba penado con la horca) y tu padre te daba otra diciendo "algo habrás hecho". Es verdad que lo de las bofetadas era demasiado habitual y había que ponerle coto. Pero de ahí a irse al extremo opuesto hay un larguísimo trecho de posibles actitudes disciplinarias. Ahora, si un tierno (o no tan tierno) infante llega a su casa quejándose, no de un bofetón, sino de un simple suspenso o una regañina o cualquier otro castiguillo de los de ahora, el padre se va para la escuela y, si es civilizado, lo denuncia al juzgado de guardia, y si es un pelín más "echao p'alante" lo manda a Torrecárdenas. Lo mejor de estos casos es la reacción de la autoridad académica: encima empapela al docente. Como consecuencia lógica de esta actitud nos encontramos con lo que ha ocurrido en Palma. Suponemos enterado al lector, pero lo resumimos por si acaso. Un tropel de adolescentes ha ido a Mallorca a celebrar el brillante remate de su curso académico. Antes se disimulaba un poco llamándole "viaje de estudios", en los que los estudiantes de bachillerato iban a Madrid o a Barcelona a ver -supuestamente- el Prado o la Sagrada Familia. Ahora ya ni se molestan en disimular y se van directamente a Magaluf, ante la evidencia de no hay sitio con los pelotazos más baratos. Como era de esperar, hay casi más contagios que viajeros, ya que sus escasos recursos no se los iban a gastar en mascarillas. Descubierto el desastre, los miles de contagios han dado lugar al lógico confinamiento de los afectados, como se ha venido haciendo desde que se declaró la pandemia. Y allí fue Troya. Los, más que adolescentes, infantiles consentidos e irresponsables se han quejado a sus padres, muchos de los cuales se han apresurado a acudir a los juzgados, a reclamar procesos de "habeas corpus", como si sus delicados vástagos hubieran sido objeto de detención arbitraria. Y encima, algunos jueces les han dado la razón. Así están las cosas: libertad ante todo, que dice Ayuso. Bueno, que decía, porque ahora está más callada que un mújol. Entre esa demagogia libertaria de la señora presidente de Madrid y la permisividad de los padres actuales, avalada por la plaga de los nefastos sicopedagogos, hemos llegado a esta situación en que, mientras la mayoría de la población se sacrifica, se confina, se guarda de posibles contagios, tenemos una tropilla de padres e hijos infantiloides que solo tienen derechos.

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