De norte al sur

Óscar Lezameta

Déjenme que sea feliz

SEGURO que este pelma nos vuelve a hablar del partido que jugó su Athletic de Bilbao en la semifinal de la Copa". Acertaron. En cualquier caso, si lo desean abro un paréntesis político para describir la situación que vive Euskadi después de las elecciones: unos que han ganado dicen que quieren seguir gobernando; otros que, pese a que no han ganado, no se imaginan en otro sitio; otros más que están encantados porque, a pesar de que el sopapo que les han dado ha sido pequeño, dicen que deciden y la lideresa que se viste a oscuras dice que su fuerza es decisiva pese a que tiene un escaño conseguido con menos de seis mil votos. ¿Suficiente? No pierdan la paciencia, de aquí a un par de días, algunos de ellos habrá batido el record del mundo de decir chorradas.

Lo de Bilbao el otro día fue algo que recordaré mientras viva. El día comenzó perfecto después de la enésima noche sin dormir con el sueño agitado suspirando porque llegara el día. A las cuatro no podía más y ya estaba en el botxo. Mientras daba cuenta de mi primer patxarán de la tarde, la cristalera del bar me protegía de una granizada impresionante. El día perfecto. De ahí a la plaza elípctica, donde el licor comenzó a hacer su efecto y me hizo olvidar la que estaba cayendo. Gotas de lluvia, grandes, como del mismo Bilbao que se sentían en el rostro. Nadie de las cinco mil personas que compartieron esa locura dio un paso atrás. Cuando los jugadores, nuestros jugadores (somos los únicos que podemos utilizar ese posesivo) salieron a por ese sueño, metimos el primer gol de la tarde. No podíamos perder, no hubiera sido justo. Mi garganta comenzaba a pedir auxilio y la palié con el segundo patxarán (no teman, no me acuerdo de más). Quise cumplir la tradición y llegar a San Mamés por Pozas, antes de darme cuenta que una cosa o la otra; salí de su protección porque aún me quedaban los mismos quinientos metros que hacía quince minutos y faltaban menos de cuarenta para que empezara el partido. En San Mamés, metimos el segundo. Con lo que me quedaba de voz, canté el Zu Zara Nagusia como nunca antes lo había cantado.

El resto ya lo saben: un juego precioso, tres goles increíbles, alusiones a la capacidad digestiva del presidente del Sevilla y un final inolvidable. Aún hubo quien tuvo los arrestos para volver a la plaza elíptica y bañarse en la fuente al lado de un termómetro que marcaba cuatro grados. Bilbao explotó de alegría pura. Lloramos de felicidad por un triunfo que es mucho más que una victoria; es una apuesta por un modelo que es de una heroicidad casi suicida. En tiempos en que el dinero lo puede casi todo, aún hay quienes preferimos el romanticismo. Garra, entrega sin límites, fuerza, ilusión y gente que no se pregunta por qué juega, porque lo sabe, porque somos miles para recordárselo a diario. Un sueño del que no queremos despertar y que merecemos de lejos. El Athletic es algo más, mucho más; lo del miércoles lo demuestra. Tenemos razón.

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