República de las Letras

Día los Santos

En Almería se ha dicho siempre así, sin la preposición de ni el adverbio todos, y referido a los familiares difuntos

El Día los Santos se iba andando al Cementerio, con una rebequita, a poner flores a los familiares difuntos. Y siempre hacía calor. La vuelta era muy cansina, la rebequita al brazo, y mi padre nos paraba en el Andaluz o nos bajaba hasta La Gloria, a comer, reacción natural al soponcio pasado, en aplicación de aquella filosofía popular: el muerto al hoyo y el vivo... Que siempre hemos tenido por aquí una relación fatal con la muerte y, a su roce más leve, nos hemos defendido aferrándonos a lo que teníamos más valioso: la Vida. La labor en el Cementerio era muy simple: tratar de dar un barniz práctico a la congoja de la rememoración de los muertos limpiando los nichos, poniendo flores nuevas y contemplando un momento "como se pasa la vida, como se llega la muerte, tan callando". Y era cosa del pueblo llano. Allí no se veían al alcalde ni a ninguno de los concejales, ni a ningún rico, ningún empresario conocido, nadie destacado en la política, la cultura, la sociedad en general almeriense: ir al Cementerio el Día los Santos -siempre se ha dicho así, sin la preposición de ni el adverbio todos- era cosa de la gente, del vulgo, del vecindario de los barrios.

Siempre he considerado buena idea la de dedicar un día del año al recuerdo a los muertos de la familia. A recordar que pasaron por la Vida, por el mundo, alguna vez, y que sirvió para que nosotros estemos aquí ahora. No hay derecho a haber vivido sin que a nadie le conste. La historia no es sólo el gran relato de los personajes importantes. También es la intrahistoria de la gente que ha soportado todas las guerras y ha muerto todas las batallas.

Doy la bienvenida desde aquí a Halloween, esa fiesta de origen anglosajón que celebra la Vida rememorando la existencia de su final y su colofón: la inevitable muerte. Desplaza y sustituye a aquella otra, fatal, triste y psicológicamente punitiva que el catolicismo imponía con su habitual estilo macabro para recordarnos que hay que ganar un sitio junto a Dios en el más allá a través de una conducta ajustada a sus normas en el más acá, algo imposible de constatar que pudiera suceder. Halloween ni se plantea tal cosa. Si otra actividad humana, el recuerdo a los muertos, escapa al control de la Iglesia, bienvenida sea la fiesta que lo posibilita, venga ésta de donde venga. Así que lo dicho: este es el día de la Vida y su opuesta, la muerte. Feliz Día los Santos. Carpe Diem.

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