EL 30 de enero de 1933, Hitler fue investido canciller de Alemania. Una efeméride que si no es para celebrar acaso sea útil no olvidar y que sirva para cuestionarse cómo fue posible que una sociedad culta, como era la Alemania de Weimar, se ofuscara con las consignas nazis a pesar de que diez años antes, el mismo Hitler había ingresado en prisión al fracasar su intento de golpe de estado. También H. Chávez falló en su conato golpista en 1992, y luego fue presidente de la república de 1999 a 2013, que falleció, dejando a Venezuela, tierra de gente y naturaleza soberbia, devastada por el populismo. Casos distantes pero con más de un denominador común, al tratarse de democracias formales pero frágiles, abrumadas por conflictos sociales sucesivos, desempleos masivos, protestas intolerantes ya de raíz identitaria ya histórica, azuzadas por oportunistas, con especial apego a la protesta callejera. También de unas sociedades que carecían de la lealtad de sus elites, apesebradas y sin conciencia alguna de su responsabilidad a la hora de ejemplarizar los valores sociales significantes; con sendas clases medias, desnortadas por los zarandeos de los “mass media” y, cómo no, con la legendaria inepcia ostentosa, de unas clases políticas inexpertas y por ende egotistas, cortoplacistas y huérfanas del más elemental sentido de la previsión por el devenir nacional. Y sí, hablo de Alemania y hablo de Venezuela. De países demócratas donde se reprobó a los insurgentes fracasados, con correctivos clementes que, lejos de suavizar su ánimo sedicioso lo redobló aunque ya duchos y listos para valerse de las debilidades de los regímenes democráticos que los liberó, lo que les permitió rediseñar, pero ya doctorados tras los fallidos golpes, otras técnicas de movilización de masas más sutiles, depuradas por el primero y luego reutilizadas por el segundo, reportándoles una captación masiva de votos que los aupó al poder. Desde donde castraron, no de derecho pero sí de hecho, las democracias indulgentes con sus delirios. Sigo hablando de Hitler y Chávez, claro. Y de otros cesaristas actuales adictos al uso de titulares tributarios de la pasión más que la razón, destinados solo a enardecer los humores populares que cautiven el voto ciudadano: cuanto más cabreado, más fiel. Una efeméride pues, que nos avisa cómo se vicia y degrada una sociedad que subestima el potencial maléfico del fanatismo egolátrico.

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