Escurriendo el bulto

Por lo que se ve, creemos que no tenemos por qué atender a reparar los “desaguisados” que producimos.

Escuché hace unos días una declaración del Presidente de una Diputación cercana exhortando, animando, a los ciudadanos a tomarse en serio la separación de los residuos domésticos para facilitar el reciclado. Entro a veces en los comentarios que aparecen en las redes sociales, y ya difícilmente me sorprendo de las cosas que se encuentran por allí, a veces auténticas barbaridades. Pero en el caso que nos ocupa sí que me sorprendí: no me esperaba esa respuesta. De alguna forma recordé una reacción similar de una colaboradora de Gabilondo, cuyo nombre no recuerdo, que se negaba a hacer una selección de las basuras diciendo que eso deberían hacerlo otros. Eso mismo respondían a lo largo del hilo. Que “por qué tendrían que hacerlo ellos mismos”; que “contrataran gente para que hiciera el trabajo”; que sus casas eran muy pequeñas para tantos cubos de basura; que si los contenedores estaban muy lejos… Y así: excusas varias. En el fondo de todas esas respuestas subyace la idea de que no tenemos obligación de hacer nada y que todo se nos debe dar, y no precisamente por añadidura. En estos planteamientos sí que hay un “ellos” y un “nosotros”. Una dicotomía en la que “ellos” son la administración de todos los niveles, el Estado; y “nosotros”, los individuos a los que se dirigía aquel presidente. Por lo que se ve, pensamos que no tenemos por qué atender a reparar los “desaguisados” que producimos: ni a recoger los papeles o las colillas del suelo (para eso están los barrenderos) aunque las hayamos tirado nosotros, ni las deposiciones de nuestras mascotas, o a dejar la playa de un modo tan penoso y vergonzante con tras la víspera de San Juan, o a dejar el campo sembrado de … cartuchos, y otras suciedades por el estilo. Y todo, porque pensamos que lo “merecemos”: merecemos la fiesta y que otros limpien los rastros. Y haciendo caso a ese pensamiento, encontramos que en las campañas hay políticos que prometen hacer esto y lo otro, porque son cosas que “merecemos” (utilizan el slogan en singular: “la ciudad que MERECES”). Y ya viene la pregunta: ¿cuál es el fundamento de tales “merecimientos”? ¿Cuál sería el criterio para separar lo que se merece y lo que no, y quiénes lo merecen y quiénes no? ¿Y cuál la contrapartida exigida para hacernos dignos de tales cosas? Aplicando la famosa ley de la física: la reacción (lo que merecemos) debe corresponder a una acción por nuestra parte. Lo demás es propio de malcriados.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios