Falsos jueces, falsos periodistas

Y para convencer a los tontos del mundo nos hablan de sus métodos de verificación

En el contexto general de bochornoso espectáculo en que hoy se ha convertido el ejercicio del periodismo, hay una hornada de nuevos “profesionales” que se arrogan el derecho de emitir juicios de valor, bien sean propios o los impuestos por sus jefes, a renglón seguido de un enunciado informativo determinado que se pretende hacer pasar por titular objetivo o irrefutable. Se trata de una vuelta de tuerca más en el modus operandi de perversión que el gremio ha asumido como propio e irrenunciable, pues se disfraza una opinión –más o menos sierva de intereses espurios- de verdad incuestionable, empírica y científicamente demostrable. Es un ejercicio de manipulación y mentira elevado a unos límites paroxísticos, antes desconocidos, que coloca al periodista como una suerte de juez inapelable e infalible mientras pronuncia mentiras, medias verdades o retorcidas manipulaciones, unas tras otras, sin descanso. Su arma, como corresponde, son los límites que el lenguaje y sus enunciados permiten; ya sabemos que, a la postre, nada es verdad o mentira absolutas, depende de cómo se redacten, argumenten y enfoquen las comunicaciones. Pero ellos, en apoteosis de desvergüenza, presumen de neutralidad y fidelidad a la verdad, asumiendo una suerte de encargo “divino” para denunciar toda mentira o manipulación. Y para convencer a los tontos del mundo, que cada vez son más, nos hablan de sus métodos de verificación y del ejército de secuaces –presentados aquí como profesionales ultracualificados- que tienen empleados en los menesteres de esas plataformas creadas ad hoc para salvar e iluminar a la humanidad con la luz de la verdad. Plataformas como prolongaciones de sus respectivas ideologías o líneas editoriales, por lo que en definitiva son todo lo contrario de lo que presumen ser. En este contexto, proliferan las entrevistas a personajes políticos donde el periodista entrevistador se permite el lujo de opinar sobre las respuestas que pronuncia el entrevistado, e incluso de corregirle o acusarle de mentir, actuando así como un juez de tribunal supremo. El objetivo, claro está, es erosionar o potenciar la imagen del entrevistado según el deseo del pagador-sostenedor del medio de comunicación. Después, haciendo gala de su ridículo e impostado corporativismo, salen en tromba un ejército de compañeros –igual de sinvergüenzas- a defender las virtudes del entrevistador y a santificarlo como icono del mejor y más justo periodismo.

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