La trata de la piedra angular de la fe cristiana: la Resurrección de Jesús. Axioma elevado por San Pablo a categoría basilar: si Cristo no resucitó, es vana nuestra fe, advirtió. Un hecho empero, cuya verificación histórica pervive entre sombras y dudas, como las que embargan al célebre E. Carrère, autor de El Reino, perplejo ante una resucitación más insólita que la de los zombis, que sería un regreso ajado y sucio que puede imaginar cualquiera, mientras que el Resucitado se mostró entero y radiante, aunque ocasionalmente y ante unos pocos prosélitos elegidos, siendo inaccesible al resto. Así que, desde tal vaguedad bíblica, se entiende que no falten conjeturas antitéticas, como la que patrocina alguna corriente protestante que atribuye a Pablo haber incorporado la resucitación de Jesús, unos 30 años después de la crucifixión, (o sea, antes del nuevo testamento, escrito después) pero sin que lo concibiera como una revivificación del cuerpo físico, sino como una transformación perceptible fuera de los límites de tiempo y espacio biológicos, en una dimensión que Pablo llamó "cuerpo espiritual" (1Cor, 15,44). Un estado en el que "la muerte ya no tiene dominio sobre él" (Rom, 6.9). Un "ser espirituoso" que más tarde, sin embargo, los apóstoles corporizarían para hacer inteligible lo inconcebible, (¿una vida sin cuerpo?) ante un imaginario de hace XXI siglos y evitar que el epistolario paulino popularizara una imagen más fantasmal que milagrosa o que el fervor creyente, acabara encuadrando el hecho como un mero fenómeno parasicológico. Es una exégesis de "fe-adulta", no carente de lógica pero que la Iglesia desdeña como otro extravío episcopaliano tan dado al aherrojamiento de la fe al juego especulativo, por mero gusto cientificista o para "darse pisto", como diría algún castizo y para ello nada mejor que dubitar la resucitación plena de Jesús, en cuerpo y alma, justo porque no es un significante menor, sino el hecho histórico más importante, según los católicos, que nos habría pasado a los humanos (que como presintió el poeta y confirmó la neurociencia, no vemos las cosas como son, sino como somos). Y será o no será, ya que estamos lejos de entender la vida trascendente a través de unos sentidos, internos y externos, encelados por saber pero inermes ante un cosmos inextricable y sobre el que hoy por hoy solo cabe certificar el inverosímil maridaje entre fe, razón y Resurrección.

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