Los Goyas dudosos de el Prado

Chirrían enormes meteduras de pata aún no resueltas en el terreno de las atribuciones

Goya es el artista más representado en las colecciones del Museo del Prado, tanto que daría para crear un museo Goya monográfico de enorme amplitud. Varios centenares de obras, entre pinturas, dibujos y grabados, representativas de todas sus épocas, componen un conjunto verdaderamente deslumbrante del padre del arte moderno. El Prado ha ejercido siempre, por tanto, de guardián y tutela de la obra de Goya ante el resto de museos; aspira a ser la institución de referencia en el estudio y veredicto sobre su obra. En este contexto, chirrían enormes meteduras de pata aún no resueltas, especialmente en el terreno de las atribuciones, y por extensión no se comprende que, a estas alturas, el Prado no haya ni tan siquiera impulsado la monumental tarea de alumbrar un nuevo catálogo razonado del corpus goyesco, pues los últimos existentes, ya obsoletos, son de los años setenta. La tarea es ardua pero indispensable; supondría realizar simposios y grupos de trabajo multidisciplinares, y enemistarse con varios expertos espurios, pero pondría las cosas en su sitio. Para empezar, corregiría varios errores que aún persisten en la propia colección del Prado, y que un ojo avispado detecta de la simple contemplación directa. El caso más evidente es el del Coloso, cuya paternidad el museo mantiene en el limbo con un tímido “atribuido” para no herir a una de las familias de “expertos”. Un museo tan importante no puede mantener una obra capital sin un veredicto claro. Pero hay más errores significativos. El retrato de Floridablanca y el de Carlos IV de cuerpo entero –pareja de la María Luisa con tontillo-, que el museo presenta como obras enteras de mano de Goya, tienen amplísima intervención de ayudante, probablemente Esteve. De las otras dos parejas de los monarcas, las de medio cuerpo de 1789, que el museo presenta como posibles copias de Esteve, una de ellas, la que procede de la Casa de la Moneda, es quizá completamente autógrafa. Y de las obras de capricho de pequeño formato, el Actor en escena procedente de los Osuna -que el museo atribuye a Asensio Juliá- es claramente de Goya, como ya apuntó Gudiol en su catálogo razonado, y la Suerte de varas donada por Harris es con toda probabilidad obra autógrafa del periodo bordelés, como tradicionalmente se dijo. En el mismo sentido, la Escena de exorcismo, que el museo considera obra de imitador posterior a la muerte de Goya, merecería un estudio serio y minucioso, pues la técnica, el cromatismo y el estilo apuntan a su autenticidad.

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