¿Hablar de política?

El sanchismo ha adoptado los métodos del nacionalismo catalán y vasco. El adversario no tiene derecho a existir

El otro día quedé con tres amigos a los que hacía tiempo que no veía. Por lo general nunca hablamos de política, pero esta vez el tema surgió de forma inevitable, vistos los tiempos que nos han tocado vivir. En este grupo tenemos ideas diversas –hay tres partidarios del “bloque progresista” y un liberal, aquí un servidor–, pero de momento eso no ha impedido que podamos seguir conversando. Ellos saben lo que yo pienso y yo sé lo que ellos piensan, pero la conversación todavía es posible, al menos en Andalucía. Lo que no sé es si esa conversación racional y sosegada podrá seguir desarrollándose en el futuro si no cambia el clima de degradación ideológica en el que nos hemos instalado.

Lo digo porque soy mallorquín y conozco bien lo que ha ocurrido en los lugares donde el procés independentista ha esparcido sus semillas tóxicas. Y ahora sé muy bien que la conversación entre antagonistas se ha vuelto imposible. Hay una grieta insalvable que no permite ni siquiera sentarse a la misma mesa. Lo he vivido con amigos míos con los que ahora ya no es posible intercambiar ni unas pocas palabras inocuas. Ellos saben lo que yo pienso –para ellos soy un “españolista” que colabora en el genocidio de su amada patria–, y yo sé que ellos están contaminados por una ideología tan destructiva como la ideología nazi del espacio vital. Por mucho que lo intentemos, no vamos a alcanzar un espacio común. Si nos vemos, estamos condenados a mantenernos en silencio. Y como es evidente, ya hemos renunciado a vernos. ¿Para qué?

El sanchismo adoptó hace cinco años los métodos políticos del nacionalismo catalán y vasco. El adversario ideológico no tiene derecho a existir porque es un simple traidor o un invasor. No hay nada que hablar con quienes piensan distinto. La sociedad –toda la sociedad, empezando por jueces, profesores, policías y funcionarios– debe ponerse incondicionalmente al servicio de la causa nacionalista, que es la única posible (las demás no cuentan: están incapacitadas por una especie de tara genética). Y la democracia liberal con sus contrapesos y sus instituciones independientes es una paparrucha. Y así estamos: sólo hay que sustituir “progresista” por “nacionalista”. ¿Hasta cuándo podremos seguir conversando de política con quienes no piensan igual que nosotros? No lo sé, pero me temo lo peor.

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