A mayor componente humano en las conclusiones que hayan de extraerse de un análisis pretendidamente científico mayor subjetividad en las conclusiones y, por tanto, en las decisiones que hubieran de tomarse. No hay que ser una lumbrera para darse cuenta de este hecho: lo que nos ha ocurrido con la experiencia de la COVID-19 debería ser elemento más que suficiente para caer en la cuenta de que una pretendida objetividad de la Ciencia respecto de la toma de decisiones es pura quimera. Analizar los hechos, entrar en el meollo de lo que ya ha ocurrido, es lo más objetivable: una pandemia, con una virulencia inusitada, se originó en una ciudad china, hace ahora tres años. A partir de ahí, se confundirán el análisis científico con la especulación de la razón.

En primer lugar, porque la Ciencia no establece sus conclusiones a "velocidad de informativo": tres veces al día y de lunes a viernes, sin pensar en los becarios que despistan los titulares mediáticos durante los meses de verano. En segundo lugar, porque las decisiones que se toman, pretendidamente ajustadas a esos análisis científicos, no son otra cosa que concreciones en materia política que serán usadas a favor o en contra de obra según los intereses de cada cual. Por tanto, que se quieran arrogar independencia los profesionales de la Economía en las decisiones que toman para diseñar escenarios donde dibujar nuestras vidas es puro deseo. Deseo de auto engaño, inconsciente o deliberado.

Cuando Newton, científico que podría haber pasado a la Historia por cualquiera de sus cuatro avances capitales, realizó sus experimentos para describir el espectro de colores en los que se descompone un haz de luz blanca, estaba imbuido de un contexto cultural que no le permitió otra salida que hablar de un séptimo color (el añil, o índigo o cian, que de todas esas maneras nos lo encontramos)… ¡que ni tan siquiera se recoge en la bandera de la pluralidad sexual que sólo tiene seis bandas! Aquí sí que, dicho sea de paso, la ideología nos da una lección rigurosa de cromatografía. Pues eso, que si Newton no escapó a la tentación de alcanzar "los siete colores del arco iris" en un mundo con siete días de la semana y siete notas musicales, ¿queremos creernos que las decisiones que toman las personas (designadas sin refrendo democrático alguno) que están al frente de las decisiones políticas son "independientes"? No se lo cree ni Newton.

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