Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

¿Historia de un fracaso?

La Junta ha estado instalada en una insustancial complacencia mientras Andalucía seguía en el furgón de cola

Más de cuatro décadas de autonomía no han servido para darle la vuelta ni a uno solo de los indicadores que ya en los comienzos de la democracia colocaban a Andalucía en el furgón de cola del bienestar económico y social. Lo recordaba el domingo en este periódico, con profusión de datos y argumentos medidos, el catedrático de Hacienda Pública Braulio Medel, que alertaba sobre los riesgos de un nuevo modelo de financiación que consagre mayores privilegios para las comunidades más ricas y hunda aún más a las más pobres. ¿Un fracaso del modelo del Estado de las autonomías? No parece que a estas alturas pueda hablarse, visto desde Andalucía, de un éxito. Vivimos mejor, qué duda cabe, pero seguimos igual de alejados de los niveles nacionales, no digamos ya europeos, en empleo, renta o gasto sanitario, por citar sólo algunos de los ejemplos más recurrentes.

En estas condiciones parece pertinente preguntarse, sin atisbo de demagogia y conscientes de que no es lo fundamental, qué es lo que han ganado los andaluces gracias a esa gigantesca administración que es la Junta de Andalucía, que replica a escala regional el boato y la grandeur de un Estado, con sedes suntuosas, miles de asesores y decenas de miles de funcionarios y con una incontinencia regulatoria que llega hasta los aspectos más nimios de la actividad social. O si sale a cuenta tener un presidente, y eso afecta tanto al de ahora como a todos los de antes, con protocolos que envidiarían los mandatarios de muchos países.

Como en casi todo, en esto se puede ver también el vaso medio lleno o medio vacío. Tan pertinente como lo anterior sería preguntarse cómo estaría Andalucía si la democracia se hubiera desarrollado en España bajo los parámetros centralistas que se heredaron de la dictadura. Lógicamente, es imposible responder a este interrogante con datos, pero hay que resaltar la evidencia de que, por lo menos, Andalucía ha tomado conciencia de su situación y tiene órganos de gobierno desde los que impulsar soluciones a los grandes problemas que arrastra.

Otra cosa es que en estas cuatro décadas largas la Junta no haya servido para eso y se haya instalado siempre en una insustancial complacencia, hablando con la misma falta de base real de la California de Europa, la segunda y tercera modernización o, ahora, la Andalucía imparable. En eso, como en tantas otras cosas, el cambio político que se produjo en 2018 ha pasado completamente desapercibido.

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