La tapia del manicomio

Inocentada

Y es que ha cundido la costumbre de cogérsela con papel de fumar cuando algo le afecta a uno, aunque sea una broma evidente

Las inocentadas están a punto de pasar al saco del olvido, si no han pasado ya. Y no es porque el personal tenga pocas ganas de broma, sino porque las noticias falsas, llámense bulos o "fake news" para los snobs, han ocupado el espacio que se dedicaba a las inocentadas. Es más, no se limitan al día veintiocho de diciembre, sino que se extienden a lo largo de trescientos sesenta y dos días del año (Navidad, Año Nuevo y Viernes Santo no hay periódicos), y ocupan cada vez más espacio en los periódicos serios; en las redes sociales son claramente mayoritarias. Hasta tal punto ha llegado la actitud de periodistas y lectores, que hoy sería imposible la broma que gastamos en un día como hoy de 1984 en el periódico donde entonces escribíamos. Mejor dicho, intentamos gastarla. La cosa fue así: mandamos la columna correspondiente al viernes 28 con la descripción de un restaurante inventado, poniéndolo por las nubes, ya que se trataba de la reciente inauguración de un negocio montado por un supuesto sobrino de Arzak José Mari López Arzak, que decíamos que había trabajado en Zalacaín. Lo ubicábamos en la plaza de Bendicho, en una casa almeriense del siglo XIX restaurada con primor y con una cocina vasco-andaluza de primer orden. Nos salió tan creíble la "papa" que se la tragó la redacción en pleno con su director a la cabeza. Carlos Santos que, además de director, siempre ha presumido de buena cuchara, pensó que semejante notición no se podía quedar en una vulgar columna de tres aficionados, y se merecía un reportaje a doble página con profusión de fotos. Así que mandó a un fotógrafo y a un reportero…y aquí se destapó el pastel. Y encima, se hizo tarde para sacar nuestro artículo en el día de los Inocentes. Inocentada frustrada.

Ahora, ni siquiera se nos ocurre intentarlo. Seguramente no se tomaría como humor, sino como mala leche: igual los restauradores se quejarían de que hacíamos comparaciones odiosas con los de aquí. Y es que ha cundido la costumbre de cogérsela con papel de fumar cuando algo le afecta a uno, aunque sea una broma evidente. La piel del ciudadano medio es cada vez más fina. Es curioso que, a la vez, haya tanta mala baba y tanta intransigencia ante cualquier somero arañacito o cualquier lejana alusión, tan lejana que sólo se dan por aludidos los que están todo el día con la escopeta montada en defensa de su honor, de la patria (sea la que sea) o de los sentimientos de las lombrices de tierra. Para inocentadas está el patio.

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