Justicia, pero en mi casa no

la justicia es el corsé donde los días aciagos piden paso entre los viejos héroes de la memoria

Algunos ponían la mano en el fuego proclamando que, en la justicia, todos éramos iguales. Sin embargo no era así. Todo pertenecía a un eslogan, a un capricho que se antojaba enmarcado por fuerza en ese concepto viejo y denostado concepto llamado democracia. Existe un delincuente de guante blanco y otro, el resto de los mortales, que pertenece a ese nutrido grupo de señores que engrosamos las estadísticas y que sólo somos unos números. Esclavos orgullosos dispuestos a dar la vida por aquellos que nos siguen apretando el cuello hasta la extenuación. La poeta y escritora Almudena Guzmán, rescataba del cajón, una deliciosa y acertada cita de Don Francisco de Quevedo y Villegas que decía que Justicia, sí, pero no por mi casa. La justicia está hecha a la medida, a la medida exacta de los pobres. La vida de los pueblos depende de la justicia, pero como su nombre indica debería de medir a todos por el mismo rasero. Pensamos y entendemos que ese es el origen primero de la cuestión. El problema viene cuando nos damos cuenta que la justicia es por y para el pueblo: una herramienta que sirve para justificar la atroz violencia con la que se reprime a la población. Una excusa legítima, como lo ha sido cualquier otra a lo largo de la historia, para ejercer el poder en aquellos sobre los que se sustenta el sistema y lo alimenta. Lo mantiene vivo. Es el corsé donde los días aciagos piden paso entre los viejos héroes de la memoria. Es el molde con el que poder tallar a imagen y semejanza la descomposición de los hombres. Esa es la justicia que tenemos en esta sociedad. Un bisturí con el que poder abrir en canal al pueblo, mientras que se desangra y nos extirpan el alma. Así es como después nos presentamos día a día en las calles. Con lavoluntad quebrada arrebatada por el viento. Sin rumbo, sin dirección. Sin esperanzas, ni ilusiones. Sólo como una exacta máquina que puntualmente cumple con su cometido. Sólo como una gran artefacto engrasado que mueve en la oscuridad del sistema los mecanismos más íntimos. Sus pulmones, movemos. Su aire, tragamos. Somos quienes mantienen en pie al despótico. Quien le da el ánimo justo. Quien alimenta sus demonios. Quien lame sus heridas.

Así es como fabrican la justicia. Una instrumento que sirve para someter a las gentes y a sus sueños al capricho del primer postor, olvidando que los derechos no se exigen, se ganan.

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