Mami, la amo. Vamos a morir

Es humanamente imposible no conmoverse ante esta fatídica despedida de quien va a morir en un incendio trágico

Ante la inminencia de la muerte, debe asistir una extraordinaria, y postrera, disposición del ánimo para afrontar lo que lo que resulte más perentorio y definitivo: “Mami, la amo. Vamos a morir”. Es humanamente imposible no conmoverse ante esta fatídica despedida.

La muerte, cuando no se anuncia o se espera en el devenir de las enfermedades con que generalmente se anticipa, suele sorprender sin remedio. Por más que el fatal desenlace se despache con una especie de nulidad ontológica: “no somos nadie”; o con el no siempre bien interpretado “carpe diem”, ya que se trata de sacarle todo el partido que se pueda a cada día, de vivirlo intensamente, en lugar de un alicorto vivir al día.

Cómo se eligió el lugar de celebración de un cumpleaños; quiénes decidieron acudir y qué otros no, por distintas, previstas o imprevistas, voluntarias o involuntarias razones; en qué lugar se encontraba cada cual cuando el incendio se hizo tragedia precipitada; por qué estaban abiertos locales con orden de cierre, desde hace más de año y medio, así como otras cuestiones relacionadas, tienen que ver con los prolegómenos de un dantesco sinestro que se ha llevado la vida de muchos animados celebrantes, cuando un nuevo día estaba por despuntar tras el ocioso y festivo curso de la madrugada. Ni siquiera el fatalismo, que explica todo lo que sucede por obra de una ineludible predeterminación, de un inesquivable destino, ha de procurar consuelo alguno en las angustiosas esperas de la identificación de los restos mortales, en el improvisado hospedaje hasta que se certifique el pavoroso presagio del infortunio, en la punzante herida de la pérdida cuyo desgarro hará sangrar por la cicatriz de la memoria y el recuerdo. Ni siquiera entre lo que “esté para cada uno”, por mor de ese fatalismo inexorable, puede figurar una muerte de este modo. Al cabo, ninguna de las muertes que cursan, además de con inesperada y fatal sorpresa, con una desgracia trágica. Aunque, como en este caso, la muerte dé una angustiosa tregua, una contención pasmosa por admirable, para poder despedirse de quien dio la vida que está a punto de perderse, con seis palabras que reverberarán por siempre en la dolorosa añoranza de una madre desolada: “Mami, la amo. Vamos a morir”.

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