Metáfora del pavo real

La selección natural puede contradecirse cuando no repara en los más aptos, sino en los más capaces de medrar

Los principios básicos del darwinismo, controversias aparte, sostienen que la evolución de las especies se produce por selección natural de los individuos, y asimismo que tal selección se mantiene por la herencia. De modo que, con la "presión selectiva", el ambiente selecciona a los seres de alguna manera más aptos y la evolución se materializa así. La selección natural, entonces, resulta de esa presión selectiva, aunque a veces sus leyes no se cumplan. Generalmente, las especies más veloces, más capaces de evitar ser cazadas, de conseguir alimento o de resistir malas condiciones ambientales son las que se benefician de la selección natural. Sin embargo, una particular presión selectiva del sexo hace que determinados machos, como los del pavo real, de un porte más que atractivo, con su cola de grandes, pesadas y hermosas plumas, pero bastante torpes y vulnerables por esto mismo, sean elegidos por las hembras, cuyo plumaje es más funcional y de colores que permiten el camuflaje. En definitiva, la selección de las hembras, al preferir machos de tan vistoso y exuberante plumaje, prima, a efectos evolutivos, sobre la selección natural de los menos torpes. Razón por la cual se advierte una selección sexual que lleva a elegir, por las hembras, a los machos con largas colas, que se abran y vibren de determinada forma y con una particular combinación de colores. Cabe concluir, por ello, que si, a pesar de todas esas limitaciones o estorbos, los machos se mantienen con vida, razón será de perpetuar sus genes.

Hasta aquí una explicación darwinista que se presta bien a la metáfora, ya que la cola del pavo real es una manifestación estética, como lo son asimismo bastantes otras composturas y presencias, no debidas a una natural presión selectiva, sino a particulares propósitos de mejora o progreso que, en ocasiones, se confabulan con la acción de medrar. Y esta última, aunque no sea propiamente evolutiva, ni tenga que deberse a una selección sexual -si bien el sexo puede concurrir-, acaba precisamente en una selección que deja fuera a los más capaces; sobre todo, cuando esas aptitudes que justificarían la selección natural -ahora también en el sentido de regular o común- no se acompañan del más valorado medro.

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