Ala memoria, tan efímera, le cuesta recordar bancarrotas evitables como aquella de las Cajas de Ahorro, a raíz de la crisis financiera de 2008, propiciada por el asalto de políticos de medio pelo en sus órganos rectores: ese año un tercio de los consejeros eran afiliados o sindicalistas que operaban con criterios ideológicos, no financieros. Y claro al primer tapón zurrapa: las otrora estables Cajas ahorradoras, quebraron en cadena. Pero aquí no pasa nada y tras la irresponsable impunidad de los (i)responsables de aquel desastre, pelillos a la mar y poco después volvemos a las andadas. Solo que ahora se trafica con instituciones básicas del Estado, que ven comprometido su prestigio en manos de arribistas cuyo mayor mérito, si no el único, es su proximidad, sanguínea o devota, a quien le acomodó al carguito. Un extravío enchufista, un sesgo okupacionista que puede tener consecuencias serias para la estabilidad del sistema que hoy resurge con este sanchismo obsesionado por colocar a su gente, al margen de su idoneidad profesional, en todas las instituciones y empresas públicas o con capital público que se pongan a tiro. De hecho, son ya incontables los cargos okupados por amigos y familiares indoctos, pero adeptos, cuyo designio tristemente fatal será el de desprestigiar, en un tiempo récord, la entidad controlada, sus resoluciones o su cuenta de resultados. Y crecen y crecen los casos de nepotismo que van desde inventar una cátedra sin licenciatura verificada para la esposa del jefe, Begoña, a emplear a su hermano donde más cobre y menos impuestos pague, o al amigo de infancia en Correos para dilapidar más de 1.000 millones en tres años, y a sus afiliados más entusiastas en el CIS, la Fiscalía, Renfe, Aena, Cesic, Loterías o en Tribunales partidarizados. Se dirá que otros también lo hicieron y no digo que no. Pero sí digo que hay que denunciarlo siempre, en todos los casos y que, en este país, democracia mediante, acaso nadie tuvo tanta frivolidad y tanto descaro para colocar a gestores tan ideologizados como obtusos como los que ahora se estilan. Un nepotismo voraz que, según la historia universal de los desastres, lo único que garantiza, de modo infalible y con inusitada eficacia, son los errores y abusos propios de toda inepcia gerencial, arruinando instituciones y organismos avasallados, a veces en lo económico, a veces con el descrédito, y las más de las veces, con ambas cosas.

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