Niñeando, que es lo suyo

Que vale que no se aplauda a los colegiales por lo que de vejamen soez airea su berrea pero que sí merecen benevolente comprensión

Mal remedio suele aplicar el ignorante que no atiende o no entiende la etiología del dilema a resolver. Es el caso de ese guirigay causado por el berreo de unos colegiales en Madrid ante sus vecinas de residencia y que revela, ante todo, cierta deriva social inquisidora y lo inadecuado de enjuiciar las siempre confusas cosas del querer, sin contar con las causas psicobiológicas y la balumba hormonal que rigen las conductas de los jóvenes. Porque si atendemos a la ciencia (a R. Sapolsky me remito), la adolescencia no se explica sin entender el proceso de maduración frontocortical del cerebro, que es ese lóbulo que no acaba de formarse, hasta mediada la veintena (en las chicas, por cierto, se forma antes). Y hasta entonces, el sistema límbico y endocrino van a tope, con el motor alborotado y sin freno. Por eso, dice el profesor de Stanford, los jóvenes son tan depresivos, geniales, estúpidos, impulsivos, inspiradores y destructivos, generosos, egoístas y capaces de cambiar el mundo; en otras palabras: es la época de la vida en que se toman más riesgos, se buscan más novedades y más se afilian con los colegas. Desde luego tal inmadurez no los exime de responsabilidad por sus actos, pero sus niñerías paradójicas sí merecen una sana indulgencia porque al decir de los expertos, solo así maduran bien: ¿Quién no ha desbarrado en su juventud? Por no hablar de mí, que llenaría un tomazo, conozco a eminentes catedráticos, científicos, intelectuales, magistrados (incluso del T. Constitucional), o sabios de toda ralea y hoy dignísima gente de orden que en su adolescencia se han juergueado, ligado, embriagado y acerado su temple, ataviados como fantoches de ocasión. De revisarse sus trajines con la moralina cofrade de la purísima copulación, hoy en boga: todos pecadores. Y no es para tanto, hombre, ni es lógico que el raquitismo intelectivo imponga su miopía. Que vale que no se aplauda a los colegiales por lo que de vejamen soez airea su berrea pero que sí merecen benevolente comprensión, porque niñeando, que es lo suyo a esa edad, se inician, aprenden y escarmientan. Y puestos a sentir pavor, vean a tanto inquisidor de salón frustrado e incapaz de madurar, que se sofoca por estas travesuras veinteañeras, mientras tramita una "ley trans" para que los niñatos de 12 años, cambien de sexo a voluntad y para toda su vida, sin requerir permiso paterno ni informe médico. ¡Serán descerebrados!

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